martes, 30 de diciembre de 2008

Adivinanza navideña

Que me fueran aplastando los huevos con dos piedras de esas que levantan los vascos mientras la Tuna Compostelana me canta un popurrí no me pondría de tan mala ostia. Bueno, quizás me he pasado, quitemos lo de la tuna. Pero es que entrar en esos grandes almacenes me desquicia que es una barbaridad. No cometeré la osadía de publicar el nombre, no vaya a ser que me ya no pongan publicidad en este blog o que me demanden (no lo critica ningún medio de comunicación, no lo voy a hacer yo). Sólo diré que empieza por “El Corte” y acaba por “Inglés”. Cada cual que saque sus conclusiones. Venga, otra ayudita: no es el Lidl. A estos sólo se les puede felicitar por sus bajos precios y por la maña y la gracia salera del que se le ocurrió ponerle ese nombre de tan fácil pronunciación. ¿Aún no? Otra pista. Se trata de un establecimiento que impone el curso normal de la vida del ser humano: no es navidad, ni otoño, ni verano hasta que ellos lo mandan. El pistoletazo de salida del invierno, por ejemplo, no lo marca Montesdeoca o el graciosín del tiempo de la Sexta, sino un cartelón publicitario en la fachada de estos almacenes en el que se ve a un famoso saltando una valla con un traje de Vittorio y Luchino, o a una modelo raquítica recogiendo cañas con un vestido de los de ir a las bodas. Sobre ellos, el lema “Ya es invierno en XX”. Ah, pues cojonudo, ahora ya puedo oficialmente sentir frío; ya se puede escuchar oficialmente al abuelo de turno comentar que en la vida había hecho tanta rasca como ese año y mira que él tiene ya casi 93; el Ministerio del Interior ya puede poner oficialmente efectivos de Protección Civil en las carreteras; y ya puede salir oficialmente el típico conductor atrapado en la nieve mentando oficialmente a los familiares de los de Protección Civil porque por allí no se ha acercado ni Dios.

Sí hombre, es ese sitio en el que un chorro de aire caliente que sale desde debajo de la puerta de la entrada te indica que estás entrando en otra dimensión. Es un mundo de ilusión, como el Reino de Fantasía de la Historia Interminable, o el de Marina d´Or (ex Ciudad de Vacaciones), donde todo es posible, todo brilla, todo encaja bien, todo es confort, felicidad, bienestar, aún a sabiendas de que si no te quedas satisfecho te devuelven el dinero. Es en esa bocanada de aire cuando noto que mi tarjeta de crédito se mueve intentando escapar, porque se lo huele, porque no quiere salir a tomar el fresco para que se rían de ella y de su amo diciéndole que no tienes fondos bonico vete al Carrefour que allí hay cazadores de polipiel bien chulas y baratas. Es en ese momento cuando cruzo la mirada con la del segurata que me intenta decir vete, con ese careto no serías ni siquiera sospechoso de robo, éste no es tu sitio y lo sabes. Yo, que me siento como aquel que va a una boda y no ve su nombre inscrito en el reparto de los comensales, estoy por dar media vuelta. Lástima que el único sitio en toda la ciudad que puedo recoger unas entradas para un regalo sea ese. Así que, armándome de valor, entro. Como un palestino en las fiestas patronales de Tel Aviv, como un culé en el fondo sur del Bernabéu, como una miss en una librería...

Con lo primero que me topo en la planta baja es con la sección de perfumería. Más miradas. Esta vez, de horror. Una de las dependientas, con una mano preparada para darle al botón de alarma, comienza a gritar aterrorizada: “¡un mortal, un mortal, uno de esos que se pone la misma ropa varias veces!”. El segurata le tranquiliza haciéndole saber que lo tiene todo controlado. Noto unos puntos rojos de láser que merodean sobre mi cabeza, entre ceja y ceja, por si se me ocurriera hacer un movimiento sospechoso. Aturdido por ese hedor a colonia de abuela en la primera comunión de su nieto, me abro paso hasta las escaleras para escapar de allí. Subo a la primera planta donde está el puesto para la recogida de entradas. Media hora de cola al lado de un grupo de amigas estupendas de la muerte que comentan lo bien que lo pasarán con el espectáculo del Circo del Sol por sólo 350 euros la entrada. Estas sí que encajan bien en este establecimiento: pelo brillante y sin puntas abiertas porque ellas lo valen; ojos azules como el cielo, pero no cualquier cielo, sino como el de un hermoso cielo azul de un hermoso día primaveral en los Campos Elíseos compartiendo un hermoso helado con tu hermosa pareja; pestañas tan grandes que me recuerdan al puente de Calatrava; pañuelo de seda en el cuello (ganas me dieron de apretarlo); botas de cocodrilo, de cocodrila, y de los cocodrilitos todos juntos porque mira que son altas las desgraciadas (las botas, las botas); y por supuesto, un bronceado más artificial que la foto navideña del Juancar y Sofía. Se van por fin. Oigo que van a terminar su ajetreada tarde en una cafetería de la calle Colón donde una de ellas esperará a su marido que pasará con el todoterreno porque tienen que llegar pronto al chalet de la urbanización a las afueras de Valencia para duchar a sus dos pequeños que estudian en un colegio de idiomas privadísimo y así poder mandar a la chacha a casa que hay que ahorrar y cobra por horas. Uf, creí que nunca acabaría la frase. Otra le replica que allá tú, pero recapacita y haz como yo que lo mejor de casarme fue el divorcio y la pasta que le saqué.

Ya tengo las entradas en la mano. No hay empaquetadoras de regalos, ojo al dato. Hasta estos grandes almacenes reducen personal. Decididamente, esto de la crisis va de bo.
Tres cuartos de hora llevo buscando la salida y no hay manera, oiga. Una cosa es que los arquitectos se las apañen para esconder los accesos y así hacer que demos más vueltas al recinto y consumamos más, y otra es llegar a plantearme a qué dependienta elegiré para devorarla en plan Viven si no encuentro la salida. Y cuando pregunto al personal de allí, me cogen entre dos y me dan vueltas para marearme más y se van corriendo los desgraciados. Me topo con la sección de librería. Tengo que disimular como sea y poner cara de interesante y culto mientras hojeo un libro que me gusta. Caigo en la cuenta de que no me gustan los libros. Pero siempre hay uno cojonudo para estos casos que distraen que es un primor: el Libro Guiness de los Récords. El de Gold de Playboy lo tiene otro despistado que tampoco sabe cómo salir de allí. Después de ver el calabacín más grande del mundo que sujeta en la foto un orgulloso agricultor de Arkansas, y de comprobar el récord del tío que más tiempo estuvo con hipo, dejo el libro y me decido a continuar en busca de la salida.

Hora y cuarto deambulando. He pasado por la sección de deportes, de calzado, de bebés, otra vez a la de deportes, esquivando maniquíes que me miran y me insultan, o solamente me insultan. Llego por casualidad a la zona más misteriosa, terrorífica y lúgubre (que no sé muy bien lo que significa pero tiene pinta de encajar bien aquí) de estos grandes almacenes: la sección de caballeros. Allí habitan unos señores muy raros, van vestidos de traje impoluto (otra palabreja molona), orgullosos e impasibles. Sí amigos, estoy hablando de Los Dependientes de la Sección de Caballeros (truenos y relámpagos). Son esos señores que aún creen que el peluquín es un arte, que son amabilísimos curiosamente hasta justo después de haberte cobrado, que te dicen qué bien que te queda esa es tu talla yo no me lo pensaría dos veces cuando te estás probando alguna prenda, que cierran el puño en señal de rabia y victoria por debajo del mostrador cuando logran vender algo, que ven a su compañero de sección como un enemigo al que hay que aplastar, matar, humillar... Son esas personas que han nacido para ello: “enhorabuena señora, acaba de tener un dependiente de la sección de caballeros”, le dice el médico a la recién mamá cuando pare a un espécimen de estos. Parece que nunca han visto más allá de las puertas de los grandes almacenes, como si a la hora del cierre los guardaran en cajas hasta el día siguiente. Pero no, tienen vida propia. Vuelven a casa respetando hasta la más mínima señal de tráfico, escuchando la tertulia política nocturna de la radio, viven en un adosado rectangular, donde dejan el coche perfectamente aparcado entre las tres rayas del parking del jardín; se cambian de ropa con esmero, no vaya a ser que vean una arruga; dejan perfectamente los zapatos alineados al lado de la mesilla de noche justo antes de ponerse el pijama de seda; toman fuerzas con una cena libre de grasas; miran la televisión sin poner los pies en la mesa; y antes de medianoche ya están en la cama pensando que el día más productivo en su trabajo aún está por llegar.

Estoy llorando. Tengo hambre, sueño, y ganas de irme de allí, pero sigo perdido. El segurata de la entrada me ve, lleva detenido al que estaba viendo el libro Gold de Playboy, otro iluso que también llora y da un riñón porque alguien le saque de una vez. Les acompaño. Resulta que el segurata es raro y va y tiene corazón. Nos tapa los ojos para que no podamos recordar y nos encamina hacia la salida. Justo al lado de la puerta, donde nos quita las vendas de los ojos, oigo a todo trapo una canción de Soraya, una famosísísíma cantante que hace las delicias de los clientes de la sección de discos. Eureka, algo que me gusta (Soraya no, la música). Le doy las gracias al segurata por su bondad y le explico que voy a darme un voltio por los pasillos de los discos. Que yo controlo y como la puerta está al lado no será difícil encontrarla. Me recomienda que salga ahora que puedo que estos pasillos los carga el diablo. Paso de él. Contento, me sumerjo entre cd´s y cd´s perfectamente desordenados. Me acerco a la dependienta que está de espaldas, con una lima de uñas dale que dale, charlando sobre sus hijos con otra compañera del metal. Sorpresón del quince cuando se da la vuelta: era la misma que hacía unas horas estaba en la sección de perfumería. Da gusto ver la polivalencia de estas mozas. Le pregunto inocentemente sobre el último trabajo de Segismundo Toxicómano por si lo tenían, y me niega con la cabeza antes de terminar la frase, acompañando el gesto con un “si no está ahí es que no está”. Se gira y vuelve a lo suyo. Irrefutable su argumentación, sin duda. Pero si por lo menos supiera distinguir entre un vinilo y una cassete tampoooco pasaría nada.

Espero que vusotros, lectores avispados, hayáis deducido audazmente después de esta misiva de qué nobles grandes almacenes (desde aquí me postro a los pies de sus directivos) me estoy refiriendo. Si es así, me haríais un gran favor si vinierais a buscarme, es el de la calle Colón de Valencia. Han pasado ya cinco días, no tengo fuerzas para seguir buscando una salida, estoy hambriento, tengo ganas de ducharme y las entradas van a caducar. Se os echa de menos.

Pd 1. ¿Sigue el Barça líder?

Pd 2. ¿A que no sabéis cual es el récord guiness mundial de andar hacia atrás con una pata ortopédica recitando la tabla periódica, también al revés? Yo sí.

lunes, 22 de diciembre de 2008

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Diosmíoquebuenossonestostíos

Véanlo, vale la pena. Un pequeño homenaje a estos monstruos.

jueves, 11 de diciembre de 2008

jueves, 20 de noviembre de 2008

El dentista

El otro día visité al dentista para que me limpiaran un poco la boca, con la suerte de que aún vivo para contarlo. Lo primero que nos tendríamos que preguntar es: ¿el dentista, nace o se hace? Es decir, ¿la crueldad la llevan de serie desde el mal día que su madre va y los saca del vientre, o es la sociedad la que provoca y transforma a estos pequeños hijos de puta para dedicarse a joder al prójimo? Porque para este oficio hay que ser malo, muy malo. Disfrutan sembrando el terror, como el oficio de Guardia Civil de Tráfico, el de representante de Camela, o el de fabricante de preservativos con fecha de caducidad. Quizás sea por una infancia jodida. Me imagino a mi dentista de pequeño, solo en el recreo, sin bocadillo porque se lo han robado, sin nadie que se le acerque a menos que sea para soltarle un par de collejas, y jugando de portero en el equipo del colegio. Porque claro, los populares del patio tenían reservado el puesto de delanteros titulares, y pobre de aquel que les reprochara que no bajaban a defender. Te hacían Caballero al instante. Por ello, mi dentista vio en esta profesión el escape perfecto para saciar su sed de venganza. “Os vais a cagar”, piensa mientras hojea un libro de primero de Ortodoncia en la biblioteca de la Universidad. Bueno, mejor que se desahoguen así que liándose a tiros con una recortada en el Instituto, como pasa en EEUU. Aunque pensándolo bien, no sé qué es más sanguinario.

Lo primero en que me fijé cuando estaba a punto de entrar es en el enorme ego que tienen los dentista. Todos tienen que poner su propio nombre al de la clínica: Ortodoncia Luisa Frau Muñiz, Clínica José Miguel Fernández Calvo... incluso ponen hasta el número de Colegiado. ¿Ustedes han visto algún pub que se llame Discoteca Federico Pelayo García? ¿A que no? No les costaría nada currárselo un poquito, y poner nombres más amables, como “Ortodoncia La muela saltarina”, “Clínica El Empaste Feliz”... Igual así entraríamos de mejor humor. Parecido pasa con la sala de espera. A ver, ¿qué cuesta poner revistas que gusten a todos, tipo el Hola, la Teleindiscreta o la Interviú, como hacen los peluqueros? Como van de listos, te ponen la revista Hogar, que sólo las leen las madres que acompañan a sus hijos, o el trimestral “Médicos Actualidad”, un tocho de revista infumable que no la leen ni ellos. Todo esto, mientras te ponen música clásica de fondo, sólo interrumpida por un grito de dolor del paciente que están atendiendo. Vaya, que con este panorama sólo falta que empiece a caer gas de las rendijas del aire acondicionado.

Y llegamos al momento en que sale nuestro asesino dental a invitarnos para que pasemos. A mí me tocó una señorita dentista. Allí la vi, saliendo de su particular sala de torturas, con una bata blanca. Supongo que van de blanco porque así visten en el día más feliz de su vida. Es decir, los laborables, días de dolor y rosas. O tal vez lo hacen para que así resalten más las manchas de sangre. También suelen llevar esos zuecos blancos que parecen que sean condición imprescindible para llegar a ser médico. Y por último, lo que más me repatea, es que salen con una sonrisa de oreja a oreja, mostrando su perfectísima dentadura, echándotelo por la cara, como diciendo: “tengo unos dientes que te cagas y además te voy a hacer daño”. Un pelo me faltó para soltarle “ya, pero yo jugaba de delantero titular en el colegio y tú seguramente estabas puteada por tus compañeros. A joderse”. Además, del miedo que tenía, intenté amablemente cederle el turno a otro paciente que estaba allí esperando: “pase, pase usted antes que yo no tengo prisa”. Y él, más cagado que yo: “de ninguna manera caballero, usted estaba antes”. ¿Se imaginan que pasara igual con el tráfico en esta ciudad: “por favor, este sitio lo ha visto usted antes, aparque”, “no se preocupe, ya doy otra vueltecita a ver si hay suerte”. Valencia sería muy distinta… de hecho, Valencia, ya no sería Valencia, se llamaría de otra forma.

Ya nos encontramos dentro del matadero. A ver, dentistas del mundo: ¿cuesta mucho poner una toallita sobre todo ese arsenal de instrumentos de tortura que tienen perfectamente alineados para que por lo menos no lo veamos cuando entramos? Tampoco estoy pidiendo que pongan un póster de Britney Spears en relieve. Ni en Guantánamo son tan crueles. Después está la butaca alargada, que me recuerda a la que usan en EEUU para la inyección letal. Yo, ya tumbado en ella, esperaba que me preguntasen por mi última voluntad. “Que te salga una caries, hijaputa”, estaba preparado para responder. Seguidamente me pusieron el foco de luz que siempre lo encienden apuntando en tus ojos. Por un momento pensé que me iban a interrogar: “de acuerdo, lo confieso, te estoy mirando el escote cada vez que te acercas a mis dientes”. La dentista, ajena a mis pensamientos, con esos guantes de plástico que ya los podrían hacer de sabores (aquí vendría el chiste fácil, pero ya llevo muchos), me examina la boca. De pronto le sale lo que yo creí que era su vena generosa:

- ¿Tú fumas?
- Claro, venga ese cigarrito- contesté admirado.
- No imbécil, lo digo porque tienes los dientes más negros que el ojete de Jimmy Floyd Hasselbaink.

Fin de la conversación.

Y ya, señores y señoras, llegamos al momento que todos querían evitar. Con todos ustedes, el segundo sonido más temido del mundo, y no es el de Aznar hablando mejicano: el del aspirador de saliva (n.a. esta parte en la radio queda más jocosa aún si cabe, porque pongo el sonido y nos echamos una risas risquísmas, pero pongan un poco de su parte e imagínenselo) Y es que este ruido indica el principio de uno de los momentos más humillantes para el ser humano: acostado, con la boca abierta, acordándote de todos los muertos del dentista, vencido, y deseando que nunca llegue el primer sonido más temido del mundo, y no es el de que van a hacer “Médico de Familia, el musical. Con la Juani y la hija alta aquella”: el del torno de dentista (el de fiiiiissssssssshhhhh). Ahora ya tu estima ha muerto definitivamente. Ahora es cuando se te están cayendo la lagrimita y estás deseando que pare para poder beber de un vaso, que, atención… ¡es de plástico! ¿Estamos en el dentista o en un cumpleaños? Ya les vale, porque con la pasta que tienen, deberían poner mínimo un gin tonic en copa grande, con su limoncico restregado y su mulata bailando al lado prácticamente desnuda. Ahora es cuando se le pone una pérfida sonrisa en la cara de la dentista y empiezan a darte conversación, sabiendo que tú no puedes hablar. A mí ésta me dijo: “yo creo que nos conocemos, íbamos a clase juntos”. Una gota fría de sudor me fue cayendo por la cara. Se vengó, vaya si se vengó.

Pero el peor momento está por llegar. Hundido, vejado, sales hacia recepción donde te espera la enfermera, generalmente con aparato, para cobrarte. Eso sí, aliviado y con los dientes blanquísimos. Al final te das cuenta de que vayas donde vayas, que te hagan una limpieza siempre resulta carísimo. Con Dios.

El Santo Cáliz



“Canastos! “, exclamé estupefacto mientras hojeaba el periódico. Paseaba aquella tarde otoñal con Michelle (una joven estudiante marsellesa fan de este blog que “se moría por conocerme”) por las Campos Elíseos cuando oh sorpresa, oh dolor, oh mustios collados, leí la primicia que tantos años había estado esperando. Mi asombro, mayúsculo todo él, fue no sólo por la noticia en sí, sino por el hecho de que me hubiese llamado la atención algo del rotativo que no tuviera que ver con la sección de contactos. Resulta que el prestigioso Michael Heseman, de los Heseman de toda la vida de Dios (¿quién no ha cantado alguna vez, ebrio a la tantas de la noche aquello de “como Michael Heseman no hay ninguno”?), un experto en ovnis y otros temas de la ciencia oculta, asegura que el Santo Cáliz de la Catedral de Valencia es el verdadero. Todo ello en un Congreso celebrado por el Arzobispado de Valencia, ojito. Chst, pues si lo dice Heseman, yo con él.

Lo sabía. Sabía que el nuestro iba a ser el de verdad. Unas ciudades tendrán la Torre de Pisa, otras el Big Ben, otras las Torres Gem… eeeh… El Empire State, y nosotros, el Santo Cáliz. El bueno, nada de marcas blancas. Y no vamos presumiendo por ahí, como Barcelona con sus Olimpiaditas.

Uséase, que se confirma que ese es el Cáliz que se utilizó en la Última Cena. Esto me lleva a algunas conclusiones, porque yo siempre he sido muy de sacar conclusiones. Primero, una de dos, que en el bar donde la hicieron sí que dejaban sacar los vasos fuera (no como ahora que por eso te meten una paliza), o por el contrario, que en aquellos tiempos ya se estilaba la moda de esconderse los cubatas en los bolsillos. “Cuidado, Chus, ponte bien la túnica que se te ve, y si te pillan...”. “Por lo que me queda…”

Juanjo- me interrumpe Michelle, a la que un turista italiano le está preguntando no sé qué.
Espera un minuto- le espeto mientras sigo con mis cavilaciones.

Segundo, que Valencia ya apuntaba como centro de peregrinaje festero (fueron Jesús y los Doce Apóstoles a Valencia y volvieron a Jerusalén la misma noche, que se os lo tiene que explicar todo). Una buena despedida se tiene que hacer a lo grande, en el sitio de más fiesta. Aunque se quedaron un poco chafados porque Judas les había asegurado que allí no cerraban los garitos hasta las tantas, el muy cachondo. Pero por lo demás, muy bien, oye. Y ya no sólo era Valencia el punto de diversión, sino también el barrio del Carmen, como hoy en día, donde está la Catedral. De hecho, se comenta que fue ahí donde Jesucristo hizo su primer milagro. Paseando por la zona topáronse con un punki de la época tocando la armónica (todavía no se había inventado la flauta, eso fue mucho posterior), pidiendo limosna con un perro al lado. Jesús, en posición de kame- kame (en aquella época ya hacían Bola de Drac, todos los jueves justo después de la reposición de “El Equipo A”), lanzó un destello electrovoltáico tetrodiano que hizo de aquel joven un auténtico punki del Carmen: dejó cojo a su perro.

Juanjo, escucha un momentín, mon amour- insiste Michelle, la pesadita, junto al macarra siciliano.
¿No ves que estoy pensando, ostriu?- la paralizo yo verbalmente con mi singular capacidad para paralizar.

Tercera, que nuestro querido Michael Heseman (¿cuántos de ustedes de pequeños no han querido ser futbolistas, veterinarias o Michaels Hesemans?), si ha sido tan hábil de resolver tal misterio, seguro que será capaz de sacarnos de otras dudas que me hacen despertar a altas hora de la tarde, como: ¿por qué Camps tiene esa cara de prepucio? ¿por qué nos hace gracia ver a un amigo vomitar? ¿por qué a Joaquín se le sigue llamando “futbolista”? O ¿por qué no inventa de una puta vez algo para que los cascos del mp3 no se enrollen sobre sí mismos? ¿Acaso porque Dios lo quiso así?

Juanjo, gilipollas, estoy harta de que no me hagas caso. Que me voy con el italiano este que es más majo que tú y la tiene más grande- concluye Michelle, harta de mi ensimismamiento.

No intenté pararla, tenía razón. No le estaba atendiendo como era debido y efectivamente, después de sacar un metro de costura, el italiano me ganaba por goleada centrimetral, nada de catenaccio. Y así amigos, la soledad volvió a ser mi mejor compañera de viaje. Cerré el periódico, se lo devolví al dueño que estaba pacientemente sentado en un banco esperando, y emprendí mi vuelta a la tierra patria, tranquilo, sereno, aunque dándole vueltas a una último interrogante (quizás el más importante de todos), que seguramente Heseman me podrá contestar: ¿existe el marciano Trompetero?

viernes, 7 de noviembre de 2008

Yo me he acojonado, no sé vosotros

Extracto del documental "No se os puede dejar solos", sobre la Transición.

¿Por qué no le pasó a Bustamante?

Pequeño tropiezo de un concursante de O.T. Portugal. En fin...

lunes, 3 de noviembre de 2008

Soy una bicicleta!

Os dejo aquí una perla del mejor grupo de rock de todos los tiempos (con permiso de Puturrú de Fua): Ilegales, también conocidos como el rock insecticida, el rock que te destrozará los intestinos, o la alternativa más cruda.

jueves, 30 de octubre de 2008

Reina!


Ya sé que hace una semana que la eligieron, pero el shock que me produjo la noticia y el haber estado de viaje por EEUU dando conferencias bajo el título “La risa enlatada, esa gran desconocida”, me han impedido comentar con anterioridad la nueva buena. Así que, una vez de vuelta, acomodado en el cajón de naranjas que uso como sofá en mi salón, me preparo un tang de fresa on the rocks, me enciendo un Celtas, inspiro profundamente y logro esa paz espiritual al pensar que por fin, gracias a Dios y al Concejal de Fiestas de Valencia, ya tenemos Fallera Mayor para 2009.

Sí amigos, mírenla y gocen. ¿No dan ganas de decirle, por ejemplo “són els teus ulls de tendre caramel que llueixen amb força al firmament; per a València el millor present puix pertanyen a una Reina, fallera de soca i arrel”? O algo parecido, no sé, es lo primero que me ha venido a la cabeza. Es maravilloso ver tan bonita estampa, con una Fallera Mayor exultante y atenta para no dejar de sonreír aunque el metan un dedo en el ojo; a unas abuelas orgullosas de su nieta y de cómo les han dejado el moño esa misma mañana en la peluquería; a una madre radiante, pero pensando en la pasta que le va a costar la broma (“un poni me habría salido mucho más barato”, murmura); y a un hermano en plena fase de pubertad, aguantando como un campeón aunque en su cabeza sólo tenga la idea de acabar pronto el paripé y volver delante del ordenador para frotarse.

Hay que celebrarlo. Me voy corriendo a la zona de marcha, aunque bien pensado, tampoco hay prisa, porque allí los pubs no cierran hasta las cinco de la mañana, y además el metro pasa cada 0.5 segundos (0.9 para ser exactos), por lo que puedo cogerlo en cualquier momento. Quizás me meta en la cabina del maquinista a darle un beso y un abrazo y comentarle al oído “ojalá no hagáis huelga nunca, corazón”. Mira, bien pensado, casi que me quedo en casa, me pongo Canal 9 a ver si hay suerte y echan un especial del nombramiento de la Fallera. Yuju.

martes, 28 de octubre de 2008

viernes, 24 de octubre de 2008

jueves, 23 de octubre de 2008

Carteles de la Guerra Civil Española




Vivir solo

Hoy voy a hablar de un tema que estoy experimentando en estos mismos momentos. Se trata de vivir solo. Yo he estado durante estos diez últimos años con otros compañeros compartiendo piso, unos han ido entrando y saliendo, otros se han quedado allí de forma temporal, algunos de los cuales tengo un gran recuerdo, como la micro fauna de bacterias que había en la pica de la cocina. La verdad es que al final a todo este tipo de animalillos les coges cariño, y más cuando te viene una polilla, te coge del dedo, y te llama papá. No hay palabras para describirlo. Había otra micro fauna en la ducha, ésta de hongos, pero a ellos no les echo de menos porque aún no me han abandonado, ahora viven en mi pie izquierdo.

Como todos vosotros sabréis existen dos tipos de personas que viven solos: por un lado están los llamados singles, gente independizada, bien colocada (sobre todo los sábados noche), con un buen sueldo, buen status, y guapos. Se independizan porque quieren. Y después está el otro tipo que viene a ser los llamados “solteros de mieeeeerdaa”, así, alargando la “e”, cuanto más lo haces, significa más desprecio. Se caracterizan por estar sin novia, con un trabajo precario en el mejor de los casos, sin expectativas, con un futuro chungo, fracasados y feos, muy feos.

Una de las cosas que más me llamó la atención cuando comentaba a otra gente que me iba a vivir solo es que muchos me decían: qué guay, así podrás ir en pelotas por la casa, eh? Verás que sensación. Yo la verdad es que no había reparado en esta supuesta ventaja. Esperaba más bien que me dijeran: oye, pues mejor porque así puedes entrar y salir cuando quieras, limpias sólo lo que ensucias... pero no, la gente insistía en el placer de ir como dios te trajo al mundo por el salón. Y claro, había que probarlo. Y allí me ves, descongelando el tapper en pelota picada por la cocina, fregando los platos, cambiando la bombona del butano... me sentía raro, pero qué coño, contento y orgulloso porque es un privilegio exclusivo para la gente que vive sola. Así hasta el momento que yendo hacia el comedor me crucé con un espejo en el pasillo, y me vi. Allí estaba yo, con el plato de macarrones en una mano, el vaso en otro, y un poco más abajo, tol cogollo colgando. Ahí empecé a dudar de esa supuesta ventaja. Parecido pasa con el baño. No deberían haber pestillos en la casa de solteros. Para qué? Puedes estar tranquilamente allí sentado, liberando a Willy mientras observas la pared del pasillo, no te tienes que cerrar. Los más privilegiados hasta se pueden duchar viendo la tele del salón. Eso sí, hablando de la ducha: añoro estar duchándome tan calentito y que de repente salga agua fría. Porque ya no hay nadie que encienda otro grifo. Tanto lo extrañaba que un día, desesperado mientras me tomaba un baño, salí y llamé a la vecina, una anciana viuda muy agradable, para que abriese de vez en cuando el grifo de la cocina mientras me acaba de duchar. Ella me dijo que sí, que lo que hiciese falta, pero que a la próxima, que por lo menos me quitara el jabón y sobre todo me pusiese aunque fuera una toalla para ir a hablar con ella.

En toda nueva experiencia estás continuamente aprendiendo cosas. Mi santa madre, al enterarse que me mudaba, no tardó ni dos minutos en prepararse, en plan Terminator, con todo tipo de artículos de limpieza para darle una “pasadita” al nuevo piso. Yo le dije que no hacía falta, que el piso estaba limpio. Por supuesto, no aceptó un no por respuesta. Yo me sentía un poco como Ibarretxe cuando va a la Moncloa a ver a Zapatero, que sabe ya la respuesta de antemano, pero el tío lo intenta. La primera lección que aprendí con ella el día de limpieza general es que se limpia TODO lo que hay en el piso, y cuando digo TODO es TODO, o sea, incluso las cosas que no se ven. Yo me pregunto: Por qué dejarse el espinazo moviendo la nevera si nadie nunca verá lo que hay detrás ella? Son grandes incógnitas que sólo las madres lo entienden, aunque a mí me dio dos razones que me convencieron al instante: A) Porque no cuesta nada tenerlo limpio (es cierto, a mí no me costó, a ella sí que fue la que limpió), B) porque vas en pelotas delante de tus padres y así pierdes toda autoridad.

Pasemos al tema de la cocina. No se puede vivir solo sin tener en casa un libro de cocina. Es incompatible. Aunque después únicamente lo uses las dos primeras semanas. Fue curiosa la sensación cuando fui a comprarlo. Estaba hojeando en la tienda uno titulado “Es fácil cocinar, recetas para solteros”, y sentía que la gente me miraba extraña, entre el desprecio y la risa burlona, mientras oían cómo decían “mira, un soltero, coge bien el bolso y tápate el escote”, “a este no lo quiere nadie”, “no me extraña, con ese careto...”, “pues yo me lo tiraba”, “tú es que siempre has sido un poco puta”… Al final, me daba tanta vergüenza comprarlo que fui al dependiente y le fui diciendo: me das la revista “Maduritas en Celo”, la “Golfas” que este mes regalan la peli “Cortocircoito”, por lo bajini… “Cocina para solteros” … no sé, cosas que te daría vergüenza comprar… un libro de autoayuda, el de cuentos de Ana Botella, el Marca… Al final, por muchos libros de cocina que te compres, he llegado a la conclusión de que tengo tres padres: el señor Alfredo, la señora Carmencita y el señor/a Terradellas, y más ahora que ya tiene 7 tipos de pizza diferentes, uno para cada día de la semana.

Y por fin pasamos al tema que todos esperábamos. SEXO en el piso de solteros. Mi vida sexual en general se podría resumir así (fx grillos y lobo aullando). Pero vamos a hacer un ejercicio de imaginación y pensemos que soy una persona normal, con sus conquista, etc. Hay una serie de inconvenientes y de ventajas respecto al piso compartido. Por ejemplo, ahora mojo todo lo que quiero, cuando quiero, ya que ahora no hay testigos que puedan confirmarlo o negarlo. Basta con decir que este fin de semana me lo he pasado a saco, y además con tres chicas diferentes. Nadie te puede decir que no. Pero hay un pequeño inconveniente. Cuando te traías a alguien en el piso compartido, tenías a favor que lo podías contar a tus compañeros enseguida. Nada más se iba la chica, yo entraba a la habitación de mi compi a contárselo con pelos, señales y olores. Porque no nos engañemos, lo mejor de ligar es contarlo. De ahí la gran mentira de “cariño, no es que sea eyaculador precoz, es que tengo muchas ganas de ir a contarlo a los colegas”. Ahora es diferente. Mi nueva casa está perfectamente decorada para encandilar a las mozas. Se trata de poner una planta, un buen ambientador y una foto de un niño marfileño, y le dices que lo tienes adoptado por correo, en plan sensible y comprometido. Si al final se alinean los planetas, vas y triunfas. Pero no tienes a quien contarlo. De hecho, el otro día, nada más se despertó una amiga, me miró, gritó y se fue, tuve que recurrir a la vecina, la viuda de 70 años. Eufórico, salí corriendo de mi cama, llamé a su puerta y me puse a relatarle mi hazaña: “que sí Pepita, que acabo de triunfar, que he ligado, cinco en una misma noche!!!”. Ella me contestó: “está bien, tranquilízate, pasas a mi casa desayunas y me lo cuentas. Pero una cosa te digo, como vuelvas a presentarte en mi casa desnudo te juro que llamo a la policía”.

Resumiendo, que vivir solo tienes sus cosas buenas y sus no tan buenas, como la soledad. Porque pasar las noches solo en una cama tan grande es muy duro. De ahí la adivinanza que os expongo para terminar: ¿sabéis lo que hago cada día cuando me levanto (para no sentirme solo?) Pago a la chica por los servicios, y me voy a mi casa a ducharme. Muchas gracias.

viernes, 17 de octubre de 2008

jueves, 16 de octubre de 2008

Rubén for President


It Crowd. Parodia anuncio antipiratería

Este es el comienzo de un capítulo de la 2ª temporada de IT Crowd. Geniales.

martes, 14 de octubre de 2008

www.proyectocartele.com



Gran web con imágenes de carteles, anuncios y similares sin desperdicio

Squirrel Nut Zippers

martes, 7 de octubre de 2008

Recortables


No podía empezar de otra manera

Siniestro Total. 300 libras de alegría (Howling Wolf).