martes, 30 de diciembre de 2008

Adivinanza navideña

Que me fueran aplastando los huevos con dos piedras de esas que levantan los vascos mientras la Tuna Compostelana me canta un popurrí no me pondría de tan mala ostia. Bueno, quizás me he pasado, quitemos lo de la tuna. Pero es que entrar en esos grandes almacenes me desquicia que es una barbaridad. No cometeré la osadía de publicar el nombre, no vaya a ser que me ya no pongan publicidad en este blog o que me demanden (no lo critica ningún medio de comunicación, no lo voy a hacer yo). Sólo diré que empieza por “El Corte” y acaba por “Inglés”. Cada cual que saque sus conclusiones. Venga, otra ayudita: no es el Lidl. A estos sólo se les puede felicitar por sus bajos precios y por la maña y la gracia salera del que se le ocurrió ponerle ese nombre de tan fácil pronunciación. ¿Aún no? Otra pista. Se trata de un establecimiento que impone el curso normal de la vida del ser humano: no es navidad, ni otoño, ni verano hasta que ellos lo mandan. El pistoletazo de salida del invierno, por ejemplo, no lo marca Montesdeoca o el graciosín del tiempo de la Sexta, sino un cartelón publicitario en la fachada de estos almacenes en el que se ve a un famoso saltando una valla con un traje de Vittorio y Luchino, o a una modelo raquítica recogiendo cañas con un vestido de los de ir a las bodas. Sobre ellos, el lema “Ya es invierno en XX”. Ah, pues cojonudo, ahora ya puedo oficialmente sentir frío; ya se puede escuchar oficialmente al abuelo de turno comentar que en la vida había hecho tanta rasca como ese año y mira que él tiene ya casi 93; el Ministerio del Interior ya puede poner oficialmente efectivos de Protección Civil en las carreteras; y ya puede salir oficialmente el típico conductor atrapado en la nieve mentando oficialmente a los familiares de los de Protección Civil porque por allí no se ha acercado ni Dios.

Sí hombre, es ese sitio en el que un chorro de aire caliente que sale desde debajo de la puerta de la entrada te indica que estás entrando en otra dimensión. Es un mundo de ilusión, como el Reino de Fantasía de la Historia Interminable, o el de Marina d´Or (ex Ciudad de Vacaciones), donde todo es posible, todo brilla, todo encaja bien, todo es confort, felicidad, bienestar, aún a sabiendas de que si no te quedas satisfecho te devuelven el dinero. Es en esa bocanada de aire cuando noto que mi tarjeta de crédito se mueve intentando escapar, porque se lo huele, porque no quiere salir a tomar el fresco para que se rían de ella y de su amo diciéndole que no tienes fondos bonico vete al Carrefour que allí hay cazadores de polipiel bien chulas y baratas. Es en ese momento cuando cruzo la mirada con la del segurata que me intenta decir vete, con ese careto no serías ni siquiera sospechoso de robo, éste no es tu sitio y lo sabes. Yo, que me siento como aquel que va a una boda y no ve su nombre inscrito en el reparto de los comensales, estoy por dar media vuelta. Lástima que el único sitio en toda la ciudad que puedo recoger unas entradas para un regalo sea ese. Así que, armándome de valor, entro. Como un palestino en las fiestas patronales de Tel Aviv, como un culé en el fondo sur del Bernabéu, como una miss en una librería...

Con lo primero que me topo en la planta baja es con la sección de perfumería. Más miradas. Esta vez, de horror. Una de las dependientas, con una mano preparada para darle al botón de alarma, comienza a gritar aterrorizada: “¡un mortal, un mortal, uno de esos que se pone la misma ropa varias veces!”. El segurata le tranquiliza haciéndole saber que lo tiene todo controlado. Noto unos puntos rojos de láser que merodean sobre mi cabeza, entre ceja y ceja, por si se me ocurriera hacer un movimiento sospechoso. Aturdido por ese hedor a colonia de abuela en la primera comunión de su nieto, me abro paso hasta las escaleras para escapar de allí. Subo a la primera planta donde está el puesto para la recogida de entradas. Media hora de cola al lado de un grupo de amigas estupendas de la muerte que comentan lo bien que lo pasarán con el espectáculo del Circo del Sol por sólo 350 euros la entrada. Estas sí que encajan bien en este establecimiento: pelo brillante y sin puntas abiertas porque ellas lo valen; ojos azules como el cielo, pero no cualquier cielo, sino como el de un hermoso cielo azul de un hermoso día primaveral en los Campos Elíseos compartiendo un hermoso helado con tu hermosa pareja; pestañas tan grandes que me recuerdan al puente de Calatrava; pañuelo de seda en el cuello (ganas me dieron de apretarlo); botas de cocodrilo, de cocodrila, y de los cocodrilitos todos juntos porque mira que son altas las desgraciadas (las botas, las botas); y por supuesto, un bronceado más artificial que la foto navideña del Juancar y Sofía. Se van por fin. Oigo que van a terminar su ajetreada tarde en una cafetería de la calle Colón donde una de ellas esperará a su marido que pasará con el todoterreno porque tienen que llegar pronto al chalet de la urbanización a las afueras de Valencia para duchar a sus dos pequeños que estudian en un colegio de idiomas privadísimo y así poder mandar a la chacha a casa que hay que ahorrar y cobra por horas. Uf, creí que nunca acabaría la frase. Otra le replica que allá tú, pero recapacita y haz como yo que lo mejor de casarme fue el divorcio y la pasta que le saqué.

Ya tengo las entradas en la mano. No hay empaquetadoras de regalos, ojo al dato. Hasta estos grandes almacenes reducen personal. Decididamente, esto de la crisis va de bo.
Tres cuartos de hora llevo buscando la salida y no hay manera, oiga. Una cosa es que los arquitectos se las apañen para esconder los accesos y así hacer que demos más vueltas al recinto y consumamos más, y otra es llegar a plantearme a qué dependienta elegiré para devorarla en plan Viven si no encuentro la salida. Y cuando pregunto al personal de allí, me cogen entre dos y me dan vueltas para marearme más y se van corriendo los desgraciados. Me topo con la sección de librería. Tengo que disimular como sea y poner cara de interesante y culto mientras hojeo un libro que me gusta. Caigo en la cuenta de que no me gustan los libros. Pero siempre hay uno cojonudo para estos casos que distraen que es un primor: el Libro Guiness de los Récords. El de Gold de Playboy lo tiene otro despistado que tampoco sabe cómo salir de allí. Después de ver el calabacín más grande del mundo que sujeta en la foto un orgulloso agricultor de Arkansas, y de comprobar el récord del tío que más tiempo estuvo con hipo, dejo el libro y me decido a continuar en busca de la salida.

Hora y cuarto deambulando. He pasado por la sección de deportes, de calzado, de bebés, otra vez a la de deportes, esquivando maniquíes que me miran y me insultan, o solamente me insultan. Llego por casualidad a la zona más misteriosa, terrorífica y lúgubre (que no sé muy bien lo que significa pero tiene pinta de encajar bien aquí) de estos grandes almacenes: la sección de caballeros. Allí habitan unos señores muy raros, van vestidos de traje impoluto (otra palabreja molona), orgullosos e impasibles. Sí amigos, estoy hablando de Los Dependientes de la Sección de Caballeros (truenos y relámpagos). Son esos señores que aún creen que el peluquín es un arte, que son amabilísimos curiosamente hasta justo después de haberte cobrado, que te dicen qué bien que te queda esa es tu talla yo no me lo pensaría dos veces cuando te estás probando alguna prenda, que cierran el puño en señal de rabia y victoria por debajo del mostrador cuando logran vender algo, que ven a su compañero de sección como un enemigo al que hay que aplastar, matar, humillar... Son esas personas que han nacido para ello: “enhorabuena señora, acaba de tener un dependiente de la sección de caballeros”, le dice el médico a la recién mamá cuando pare a un espécimen de estos. Parece que nunca han visto más allá de las puertas de los grandes almacenes, como si a la hora del cierre los guardaran en cajas hasta el día siguiente. Pero no, tienen vida propia. Vuelven a casa respetando hasta la más mínima señal de tráfico, escuchando la tertulia política nocturna de la radio, viven en un adosado rectangular, donde dejan el coche perfectamente aparcado entre las tres rayas del parking del jardín; se cambian de ropa con esmero, no vaya a ser que vean una arruga; dejan perfectamente los zapatos alineados al lado de la mesilla de noche justo antes de ponerse el pijama de seda; toman fuerzas con una cena libre de grasas; miran la televisión sin poner los pies en la mesa; y antes de medianoche ya están en la cama pensando que el día más productivo en su trabajo aún está por llegar.

Estoy llorando. Tengo hambre, sueño, y ganas de irme de allí, pero sigo perdido. El segurata de la entrada me ve, lleva detenido al que estaba viendo el libro Gold de Playboy, otro iluso que también llora y da un riñón porque alguien le saque de una vez. Les acompaño. Resulta que el segurata es raro y va y tiene corazón. Nos tapa los ojos para que no podamos recordar y nos encamina hacia la salida. Justo al lado de la puerta, donde nos quita las vendas de los ojos, oigo a todo trapo una canción de Soraya, una famosísísíma cantante que hace las delicias de los clientes de la sección de discos. Eureka, algo que me gusta (Soraya no, la música). Le doy las gracias al segurata por su bondad y le explico que voy a darme un voltio por los pasillos de los discos. Que yo controlo y como la puerta está al lado no será difícil encontrarla. Me recomienda que salga ahora que puedo que estos pasillos los carga el diablo. Paso de él. Contento, me sumerjo entre cd´s y cd´s perfectamente desordenados. Me acerco a la dependienta que está de espaldas, con una lima de uñas dale que dale, charlando sobre sus hijos con otra compañera del metal. Sorpresón del quince cuando se da la vuelta: era la misma que hacía unas horas estaba en la sección de perfumería. Da gusto ver la polivalencia de estas mozas. Le pregunto inocentemente sobre el último trabajo de Segismundo Toxicómano por si lo tenían, y me niega con la cabeza antes de terminar la frase, acompañando el gesto con un “si no está ahí es que no está”. Se gira y vuelve a lo suyo. Irrefutable su argumentación, sin duda. Pero si por lo menos supiera distinguir entre un vinilo y una cassete tampoooco pasaría nada.

Espero que vusotros, lectores avispados, hayáis deducido audazmente después de esta misiva de qué nobles grandes almacenes (desde aquí me postro a los pies de sus directivos) me estoy refiriendo. Si es así, me haríais un gran favor si vinierais a buscarme, es el de la calle Colón de Valencia. Han pasado ya cinco días, no tengo fuerzas para seguir buscando una salida, estoy hambriento, tengo ganas de ducharme y las entradas van a caducar. Se os echa de menos.

Pd 1. ¿Sigue el Barça líder?

Pd 2. ¿A que no sabéis cual es el récord guiness mundial de andar hacia atrás con una pata ortopédica recitando la tabla periódica, también al revés? Yo sí.

lunes, 22 de diciembre de 2008

miércoles, 17 de diciembre de 2008

Diosmíoquebuenossonestostíos

Véanlo, vale la pena. Un pequeño homenaje a estos monstruos.

jueves, 11 de diciembre de 2008