viernes, 17 de julio de 2009

A la aventura. vol 6. Polo Norte (ACTUALIZADO).


Desde mi más tierna infancia hasta nuestros días, quien aquí suscribe ha mantenido una estrecha y larga relación con el mundo audiovisual. Mi contacto con el panorama mediático empezó a lo grande, concretamente a los tres años, cuando me tragué las dos pilas del mando a distancia de la tele familiar. Luego vino mi dominio, que desembocó en tesis y giras mundiales por todo lo largo y ancho de Logroño, sobre las bondades y los entresijos de la ruedecita del “tracking” del vídeo. Tan laureada experiencia trajo como premio el ser contratado en uno de los medios comunicativos que ha marcado un antes y un después en la relación emisor- receptor: el teletexto.

Mi función en el segundo canal de la televisión local de Ibiza consistía en el mantenimiento de la página del horóscopo del teletexto, intuyendo al tuntún y transcribiendo posteriormente el futuro de los ocho signos zodiacales. Sí, ya sé que en otros tiempos fueron doce, pero ay amigo, en época de crisis, no se salva de los recortes ni la televisión, ni la radio, ni el séptimo arte (ahora sexto, también por la recesión). De hecho, en el cine municipal ibicenco sólo proyectaban las películas hasta la mitad de su duración por aquello de ahorrar gastos. La otra mitad la contaba el señor alcalde imitando, como buenamente podía el hombre, la voz de los personajes e incluso cambiando el final del film si así le venía en gusto, que para eso era la máxima autoridad, como él mismo argumentó aquella velada en la que un espectador se quejó porque no le cuadraba que la palabra “Rosebud” a la que Kane se refería en la proyección fuese en realidad el nombre de la tienda de kebabs donde en su infancia el protagonista de la peli se solía pegar la merendola.

El caso es que, después de mucho tiempo e interminables horas de trabajo sin descanso, fui relegado de mis funciones el mismo día en que me contrataron, eso sí, ya bien entrada la tarde. Un inoportuno haz intuitorio me llevó a presagiar a los Tauro un curioso porvenir: todo aquel u aquella poseedor u poseedora de tal signo, a partir de ese mismo día le daría por fumarse los cigarros al revés, es decir, con la cabeza en el suelo y las piernas en alto. Mala suerte la mía, pues coincidió que el director del canal era precisamente Tauro, además de un gran aficionado a los Ducados y a las posturas tradicionales a la hora de pipar el tabaco. Enojado, con el aliento aún con sabor a filtro y la cabeza llena de pelusilla del suelo, me echó la culpa de su nueva e incómoda posición cuando fumaba y me indicó la puerta por donde podía irme a tomar viento yo y mis aciertos futurológicos. Tras cumplir sus órdenes y comprobar que el máximo mandatario iba desorientado respecto a las instalaciones de su propia oficina (me estaba señalando en realidad la puerta del baño de mujeres), pedí disculpas por mi intromisión a Mariló, eficiente secretaria aunque con el vientre descompuesto vaya usted a saber gracias a qué porquería pseudocomestible, cerré, y me volví de nuevo hacia el director, que ya estaba otra vez al revés con el cráneo en la baldosa dándole al cigarrito.

- Amo, no me eche usted, que tengo vicios que mantener. Por cierto, tiene un chicle en la suela del zapato izquierdo. Deje, deje, ya me encargo yo, que tengo la boca seca. Uhmmmmmm, de tutifruti...

- Mi postura es inflexible- dijo tajante, mientras hacía circulitos con el humo que espiraba.

- No me haga hacer chistes fáciles, no me haga- respondí yo, con la risa floja al ver su incómodo estado.

- Caballerete, está usted perdiendo el tiempo y me lo está haciendo perder a mí- argulló el director, al mismo tiempo que volvía a hacer formas geométricas con el humo, esta vez triángulos isósceles.

- Vaya frase más típica de director que le ha salido, eh, jefazo mío- le peloteé dándole un codazo de complicidad a la altura de la rodilla, a ver si así me lo iba llevando a mi terreno.

- Anda, la verdad es que sí, pero me ha salido sin pensarlo, no crea- respondió vanidoso, justo en el momento que con el humo de su boca formó en el aire la Catedral de Santiago de Compostela.

- ¿Y si le hago cosquillas en los pies, se lo pensará, eh, tontázaro? Ay que me lo como, hay qué risa Maria Luisa- le contesté mientras le manoseaba su pie derecho previo descalzo de su botín.

- Ji ji, pare, pare por el amor de dios, pare que no aguanto las cosquil...jajajajjaa... está bien, está bien, no le despido, pero pare, que me se saltan las lágrimas. Uy, mire, por ahí va una!

Una vez más, mis artes persuasorias vencieron, y esta vez extraordinariamente, porque, consumido el Ducados e incorporado en la posición habitual, mi director me ofreció no sólo la continuidad en el canal de televisión, si no además dejar el Departamento De Mantenimiento, Coordinación y Lo Que Haya Que Hacer Del Teletexto (el famoso DDMCLQHQHDT), por un puesto de alto rango.

- Le ofrezco ir de corresponsal a uno de los lugares más divertidos, apasionantes y emocionantes del mundo.

- ¿La casa de Montilla?- salté yo, dejándome llevar otra vez por mi intuición.

- No hijo, no. El Polo Norte. Corresponsal del segundo canal de tele de Ibiza en el Polo Norte. T'ha pegat o t'ha fet aire?- chuleó.

No pude decir que no. Entre otras cosas, porque antes de que acabara de mentar su oferta, Mariló, la secretaria que le había sorpendido en el aseo, me había tapado la boca con cinta aislante, me había amaniatado de pies, manos, orejas y rabo, me había puesto un walkman con un cassette de Álex Úbago para dormirme, y me había metido dentro de una caja de Correos.

Tiempo después, ya en el avión camino al Polo, saqué conclusiones, até cabos (cosa que al personal del ejército que volaba en el mismo avión no le hizo ninguna gracia), y concluí que todo eso que el director había hecho por mí, supuestamente como premio, era en verdad una maquiavélica maniobra para perderme de vista. Lo intuía.

El aterrizaje en el Polo fue tirando a brusco, en parte por el mal tiempo, en parte por las malas artes de Mariló al lanzarme con el avión en marcha, en parte porque la fortuna me hizo aterrizar sobre la única especie humana que en en el Polo podría encontrarme: un reportero de Callejeros que buscaban drogadictos y putas por aquellos lares.

Es que los de España ya los habíamos sacado todos- murmuró el cámara antes de morir fruto de tan violento encontronazo.

Tras enterrarlo a él con una jeringuilla clavada, grabarlo con la cámara y enviar la cinta a los estudios centrales de Cuatro para que no se quedaran sin programa, seguí mi camino no sin antes dedicarle una canción como póstumo homenaje: la sintonía de Vidas Anónimas y la recreación sonora durante 45 segundos del ruido de la tele cuando no coge señal. Después fui a comprarme una cazadora de polipiel, guantes, bufanda, y colonia con olor a salmón en la única tienda que vi en todo el Ártico (la del Zara, lógicamente), y me metí en uno de los iglús que formaban una pequeña aldea con la que me topé a mi paso. Allí moraba un pequeño ser de color amarillento, ojos achinados y dentoles saltones que, tan atento estaba a lo que echaban en televisión, no se percató de mi presencia.

- A las buenas tardes, pequeño esquimal- me presenté.

- Zapateta, una visita!- contestó el bajito mientras lamía una barrita de surimi congelado clavada en un palo a modo de helado- ¿Quiere algo para picar, joven? Ande, dése prisa a probar estos cubitos que si se enfrían no valen nada. Entre usted y yo, me los ha mandado el presidente de Cantabria, pero chitón, que después todo se sabe y viene el lío.

- Descuide, señor...

- Zanussi, Rafel Zanussi- aclaró el esquimal- teniente alcalde de esta bella localidad, San Fresquito de la Barquera, pueblo humilde pero acogedor como usted ya ha podido comprobar.

- Señor Zanussi, he sido vilmente engañado y necesito que me ayude a volver a mi pais...

- Fifí! Fifí! Sal y saluda a aquí el invitado, venga corre!- me interrumpió el teniente alcalde sin hacerme ni el más mínimo caso y dando gritos a una de las habitaciones- Es mi mascota, ¿sabe? Si no le importa, es que es un cachorrillo y me da penita dejarlo solo...

- Qué va, si a mí me encantan los animales- le expliqué mientras me acluquillaba con los brazos abiertos para recibirlo- a veeeeeer esa monadaaaaa...

No hubo tiempo de reacción. Mi jugueteo con el animal en cuestión hubiera sido un punto a mi favor en el primer contacto con aquel pueblo desconocido si de la habitación hubiera salido un perro como yo esperaba y no un oso polar de dos metros que, extasiado por la presencia de un extraño y en plena efervescencia sexual, no dudó en montarme sin reparo ni permiso alguno. Varios arañazos, múltiples contusiones, diversas magulladuras pero un sólo desgarro eso sí, provocaron mi rápido traslado a la casa del médico de San Fresquito de la Barquera acompañado por el noble alcalde y Fifí, que, cigarrito en mano, aún me reprochaba el muy canelo que los había visto de mejores.

Un mes de rehabilitación en la Clínica de Nuestro Señor del Bacalao Encebollado me permitieron conocer y profundizar sobre los quehaceres de los vecinos. Y como no hay mal que por bien no venga, mi estancia sirvió para conocer un grave problema que desde hacía un tiempo sufría aquel pueblo: las bajas temperaturas estaban provocando un descenso preocupante de turistas. Tanta lástima me dieron que no tuve más remedio que ponerme manos a la obra. En concreto, en el asfaltado de una carretera comarcal hecha harapos por el paso contínuo de los pingüinos, hasta que se me ocurriera una idea. Poco a poco y a base de ahorrar, pude adquirir un coqueto iglú que se diferenciaba de los demás porque era negro por fuera gracias a que el acabado exterior se hizo de pasta de crocanti, similar al gotelé de aquí, pero mucho más glamuroso. Sentado en mi mesa, iba escribiendo em mi bloc Enri diversas ideas sobre cómo acabar con aquel desaguisado, hasta que por fin se me encendió una bombilla encima de mi cabeza.

- Disculpe que haya entrado sin llamar, es que estamos comprobando la instalación eléctrica. Funciona todo correctamente. Ya la apago- me sorprendió el teniente alcalde, ataviado con un mono azul de electricista.

- Señor Zanussi! Precisamente quería hablar con usted. Tengo un plan infalible para que vuelvan los turistas. Pero antes de comentárselo y como veo que está anocheciendo, nos vamos a celebrarlo toda la noche.

- Hala animal, usted sabe de lo que está hablando? Muy gallito nos has salido.

- Que sí, hombre, que nos tomamos unas copichuelas, y cuando amanezca nos ponemos.

- Como quiera. Pero después no vale rajarse, Jalisco.

Esa poca predisposición a la algazara nocturna por parte del esquimal la entendí posteriormente cuando comprobé que la puesta de sol a la que me refería, inconsciente de mí, era la que daba paso a la noche de seis meses. Y otra cosa no, pero palabra a Zanussi le sobraba. Así que, mes tras mes, cubata tras cubata, pub tras pub, por fin se cumplió el medio año de fiesta contínua hasta que, gracias a Dios, se hizo otra vez de día. Había llegado el momento de la verdad.

Reunir a toda la población del Polo Norte en un mismo punto del Ártico no fue fácil. Megáfono en mano, y aupado en hombros de Fifí para facilitar mi visión, les expliqué que, si todos nos poníamos en la zona oeste del Polo, lógicamente y debido a la fuerza que ejerceríamos, el globo terráqueo cedería hasta el punto que nuestro territorio se movería llevándonos aproximadamente al punto donde ahora se encuentra Cuba, como si moviésemos la Tierra del Google Earth con el cursor del ratón. Un trineo sobrevolando mi cabeza dio a entender que mi idea no acababa de cuajar entre los más incrédulos, pero por fin logré convercerles poniendo un plano sobre la mesa con todos los movimientos que teníamos que hacer, y explicándolo con un brazo escondido, como si me lo hubiesen arrancado cuando luché en la II Guerra Mundial o cuando fui de voluntario a un Madrid- Barça, a elegir cualquiera de los dos opciones. Al final, persuadidos gracias a esta hábil maniobra, todo el mundo se movió hacia la parte oeste a la de tres.

El milagro se hizo realidad. De pronto, sentimos como la Tierra se movía de bajadita, y el inmeso frío al que ya estábamos más que acostumbrados dio paso a un clima tropical que sorprendió hasta el más viejo de los esquimales. “En mi vida había visto yo un tiempo así”, explicaba a una reportera ya ataviada con bermudas y cantando canciones de Compay Segundo. La felicidad era máxima y la población empezó a hablar usando la ele: “eles un genio, mi amol”, me comentaba la hija de Zanussi, justo en el momento que llegó una queja formal de China, pues con el movimiento terráqueo, se habían quedado ellos en el norte del todo.

- Se jodan y se enfríen- tranquilizó al populacho el teniente alcalde.

La felicidad y la prosperidad se quedarían allí para siempre, intuía. Sin embargo, la alegría duró sólo unos minutos ya que, envueltos en un ambiente de jolgorio y bacanal, nadie se acordó de mover la gente del lado oeste del polo, de tal manera que la Tierra, tras ese pequeño parón de cinco minutos en zona cubana, siguió su movimiento de bajada hasta el Polo Sur, donde se quedó parada para siempre.

Así pues, las bajas temperaturas volvieron a cubrir aquella extensión, y yo tuve que huir de allí amenazado por Fifí y demás insatisfechos. Llego a España en barco por el sur, en concreto por el golfo de Vizcaya, donde me reciben las autoridades vascas que no acaban de acostumbrase a su nuevo clima y ser el culo de la nación. Lo mismo les pasa a los andaluces, ahora en el norte patrio, cuyo ambiente les provoca ganas de talar árboles como anteriormente hacían los bilbaínos, pero a chistes. De todas formas, soy condecorado con una medalla al mérito porque por fin, y de una vez por todas, España está por encima de Inglaterra y Francia. Aunque de repente me la quitan porque se dan cuenta de que Marruecos lo está de la Península. Ah, y de Portugal, ahora a la derecha, nadie se acuerda, como siempre.



Continuará.