viernes, 13 de febrero de 2009

A la aventura vol. 1. Así empezó todo.

A continuación les expongo, en resumen, el triste balance causado por el parón de este santo blog: trescientos intentos de suicidio, siete embarazos deseados, dos violaciones a la fuerza por lo menos los cinco primeros minutos, varios centenares enganchados a la cocaína, otros tantos a Rodri Aragón, cien matrimonios rotos, doscientos creados (lo siento de verdad), botarates comprando pisos por doquier y cuatro muertes por asesinato: dos en el acto y otras dos en la reconstrucción de los hechos.

Que quede clarito: aquí servidora tiene otros menesteres a los que atender por lo menos tan importantes como proporcionarles a ustedes, audaces lectores, su dosis habitual de actualizaciones. Baldíos son los comentarios suplicantes en la página, los mensajes intimidatorios y amenazantes, y los intentos de soborno con mujeres de muy buen ver pero de dudosa moralidad para que relate con mayor frecuencia mis quehaceres cotidianos.

Aclarado este punto, paso a contarles, de muy buena agrado vaya por delante, las empresas referidas de tan rabiosa causa de controversia.

Todo comenzó en el parque donde solía dormir cuando varios lozanos drogadizos, tomándose al pie de la letra la máxima de “la juventud es exceso o es juventud perdida” (aprovecho para mentar a los muertos de su creador) tuvieron a bien rociarme con gasolina justo antes de encender el mechero para que justo después yo empezará a arder, retozándome por el asfalto de la Calle Alburquerque, mientras exclamaba a grito pelado aquello de “cachondos, lo que no se os ocurra a vosotros no se les ocurre a nadie”. Dígale coincidencia, dígale caprichos del destino, precisamente en esa misma avenida otros zagales ponían a prueba sus dotes automovilísticas con sus coches tuneados con tan mala suerte que uno de ellos, dando muestras de una perfecta combinación de reflejos y puntería, acertó con una de las ruedas por encima de uno de mis huesos fémur que tanto aprecio. En un primer momento descarté la posibilidad de que hubiera cometido aquel volantazo a propósito, pero empecé a tener series dudas cuando el majales en cuestión accionó la marcha atrás y repitió la acción anterior, ambas por cierto muy jaleadas por sus amigos los macarras. A su favor he de decir que en los dos casos me atacó en la misma extremidad, la izquierda, detalle que desde estas líneas aprovecho para agradecerle, pues de lo contrario no me hubiera quedado pierna sana para arrastrarme hasta el hospital más cercano.

Tras doce cacas de perro y una de un policía local que fui esquivando mientras me arrastraba por la acera, llegué por fin a lo que yo pensaba que era mi destino: el hospital donde años antes trabajé como médico especialista en la planta de pediatría. Cuál fue mi sorpresa cuando comprobé que el edificio público donde nació mi adicción al cloretilo con Martini Bianco había sido sustituido por un gran centro comercial monotemático de la America's Cup. Muy bien acabado, todo sea dicho, aunque en ese momento poco funcional para mi cometida. Pero cuando parecía que ese día no iba a estar entre mis cinco favoritos, un alma caritativa se apiadó de mi persona. Justino, un joven empresario constructor con el que me topé, se ofreció a llevarme a un centro sanitario de verdad, con sus médicos, sus enfermeras y sus pacientes en el pasillo, a cambio de una de las pegatinas de la grúa municipal que se me había quedado adherida en mi pierna al paso por la acera. Cumplido el pacto, en un periquete recogió su hucha y su cartel de “Tengo hambre” y nos metimos en su Jaguar que estaba a punto de vender por aquello de la crisis. El trayecto fue un no parar de reír, venga la broma, venga el chascarrillo, venga la cuchufleta. Y es que llevar sintonizada la Cope es lo que tiene. De vez en cuando mi compañero insistía en recordarme lo mal que estaba todo, que vaya panorama nos esperaba, que cualquier día lo mandaba todo a tomar por culo y se suicidaba y tal. Yo mientras, sin hacerle demasiado caso a sus lamentos boricanos, en el asiento de copiloto lograba hacer gracias a mi pierna destrozada lo que desde hacía tiempo quería y no conseguía por mi pésima flexibilidad: cortarme las uñas del pie izquierdo con los dientes. Entre unas cosas y otras salimos de Valencia dejándonos llevar, en parte por el ánimo aventurero en el que nos encontrábamos, en parte porque el Jaguar iba descontrolado ya que Justino había decidido antes de lo previsto acabar con su vida con un revólver mientras conducía. Ahora entendía por qué hacía un par de minutos el claxón del coche sonaba ininterrumpidamente. Le quité la cabeza ensangretanda del volante, paré el coche, y dejé el cuerpo sin vida de Justino sentado en el arcén, manipulando sus brazos de manera que pareciese que estaba haciendo un corte de mangas a los demás conductores. Como homenaje, le dediqué dos padresnuestros y una canción de Rumba Tres que me la sabía casi entera, y seguí a lo mío.

Ahora estaba yo, al mando de un Jaguar adornado con trozos de cerebro en el salpicadero, y con toda la libertad del mundo para recorrer el país sin mayor preocupación que la de encontrar algo que aliviase el dolor de mi pierna. Fue entonces cuando me acordé del consejo que mi querido padre me daba cuando me picaba una avispa: “tú no pienses que te duele y verás como se te pasa”. Eso mismo hice. Empecé a recordar la alineación de la Selección Española en el Mundial de 1990 para desviar la atención del escozor de mi herida. Y funcionó. Zubizarreta, Górriz, Adrinúa...

Continuará.

2 comentarios:

El superintendente Vicente y el Capitán RMK dijo...

Bueeeeeeeno, nos alegramos que su ausencia haya sido debido a eso que cuenta. Ya pensábamos que le había pasado algo.

¿Vamos a retomar el debate, tan traído y llevado en aquellos tiempos, de si Górriz era el central idóneo para aquélla selección o era el momento de dar la oportunidad a un jovenzuelo Rafa Alkorta, al que por aquél entonces no le clareaba el cartón?

Más que nada, por desempolvar la biografía no autorizada de Rafa Paz y documentarme como es debido.

Un saludo y un sinfonier

Juan Ballester dijo...

Leerte es un gozo, como pocos. Gracias