Tras un periplo vacacional de lo más relajado y fresquito (las ataúdes acolchadas de la Siempreviva se han modernizado que dan ganas de no salir de allí), he vuelto al mundo de los vivos y de Marujita Díaz con gran curiosidad por saber si, en mi ausencia, se han resuelto algunas de las grandes incógnitas mundiales que siempre me han rondado la cabeza, en concreto la zona occipital bajando a la oreja derecha, donde el depósito de cera.
A continuación expongo algunas de estas cuestiones, más que nada por ponerme al día y volver a este placentero mes de septiembre (primo hermano de los lunes) con fuerza renovada y conocimiento actualizado. Ahí va la tontería.
¿Se sabe ya si la combinación de Bayleis con Cocacola mata?
¿Se sabe ya para qué coño sirve la media luna del área de los campos de fútbol? Y hablando de deporte, ¿se sabe ya qué es más importante, si jugar bien o el resultado?
¿Se sabe ya si los libros de Ramón Arangüena, o los de Leyendas Urbanas, o los que van en plan Anécdotas de médicos, enfermeras, dependientas o torneros fresadores los adquiere alguien? En caso afirmativo, ¿cuánto cobran por llevárselos a casa?
¿Sabe el ser humano por fin que los carriles de la izquierda de las autopistas, además de ser muy útiles para provocar urticarias a los que van correctamente por la derecha, fueron creados para adelantar y no para quedarse a vivir en ellos?
¿Se sabe ya en qué trabaja Juan Diego Botto? ¿Y Eduardo Noriega?
¿Saben los padres de los reporteros de “El Buscador”, “España Directo” y similares programas a qué se dedican sus hijos? En caso de que sí, ¿se sabe qué medida van a adoptar: desheredo, negación de la palabra, tortura con aceite hirviendo, o asesinato rápido y limpio?
¿Se ha encontrado a alguna fallera mayor cuyos ojos no recuerden al azul del mar?
¿Saben ya los que se empeñan en llevar peluquín que no les queda bien?
Para abrir el plastiquito de los cd’s, ¿se sigue utilizando el taladro, o ya vamos por la utilización del amotinol detonado con un móvil?
¿Detuvieron por fin al mayor estafador del mundo, el inventor del Pipican?
¿Se puede de una vez por todas ver Tele 5 sin acabar odiando a la raza humana?
¿Se sabe qué ostias llevan los que van al gimnasio en esas supermochilas? ¿Al monitor? ¿Al monitor y al teclado? Ay qué bueno…
¿Ya es deporte olímpico el Lanzamiento de Colleja Libre al Joven Con Los Calzones Por Fuera En La Calle Colón?
¿Saben ya los de deportes de Cuatro que son unos cansinos?
¿Saben los jovenzuelos de hoy en día (los que van con los calzones por fuera) que ese rostro que llevan en sus camisetas no es ningún futbolista ni dj, sino que fue un revolucionario argentino?
¿Es cierto el rumor de una prima de una amiga que trabajaba en el Gran Prix vio a Bertín Osborne leerse un guión antes de empezar un programa? ¿No, verdad?
¿Saben ya los policías locales de Valencia que NO son los Hombres de Harrelson, que en verdad son humanos, que no vienen de la Galaxia Andromeda a dominar el mundo, que no hay Anillo alguno que dé el poder absoluto y que no deben temer a la criptonita?
¿Se descubrió al final la verdadera historia del rumor de Sorpresa Sorpresa? Sí hombre, en realidad el perro sodomizó sin piedad a Ricky Martin, que por cierto sólo se quejó de que la niña, que se conoce que era un poco ansias, se zampara toda la mermelada.
¿Saben las orquestas de verbenas veraniegas que se puede empezar el baile con otra canción que no sea “Islas Canarias”? ¿Saben que hay más canciones para la última parte del concierto que animan que es una barbaridad y que no son necesariamente de Ska-P? ¿Saben que si no acaban los conciertos con “El ritmo del garaje”, luciéndose el cantante con aquello de “porque tú, tienes tu banda…” señalando a un enfervorecido público buscando su complicidad no se convierten los músicos en calabazas? ¿Sabe el bajista de dichas formaciones que no es condición indispensable llevar el bajo a la altura de la nuez?
¿Se sabe ya si un mecánico de automóviles nace o se hace? Es decir, si llegan a este mundo con el huequecito de las uñas negras y llenas de mierda o se les hacen así posteriormente.
No puedo dejar de pensar en las orquestas verbeneras: ¿saben ellos que se les pueden poner nombres no horteras? Un saludo a la Orquesta Pentagrama, a la Orquesta Supertop, a la Mediterráneo, a la Paradís …
¿Se sabe ya qué cojones es la opción esa del teléfono móvil de “división por celdas”?
¿Se han dado cuenta los que envían e- mails power point recordando lo que nos queremos, que la vida son dos días, que Benedetti era un maestro, que Kenny Ge es útil para musicar algo, que los paisajes de Suiza son bonicos de verdad y que debemos reenviarlo a diez personas más, la mayoría de veces la gente ni los abre?
¿Los de mi banco saben que no hace falta que se esfuercen en recordarme, cuando estoy en uno de sus cajeros que no me van a cobrar comisión por sacar mi propio dinero? Gracias, generosos.
¿Se ha visto por fin a algún conductor de la EMT sonreír? En caso afirmativo, ¿se sabe que persona, animal o cosa acababa de atropellar?
¿Se ha visto a algún obrero del asfaltado de las carreteras (de los que llevan la señal reversible de tráfico en la mano y el peto amarillo) albino?
¿Salió por fin Mimosín del armario? ¿Ya ha declarado que se lo monta con el Pato WC? ¿Y que a Don Limpio le va el sado con el mayordomo de Tent?
¿Se han descubierto otras maneras de pasar el trago de compartir el ascensor con un vecino que no sea mirar las llaves como si nunca hubiésemos visto ninguna, hablar del tiempo o hacer como si te interesaran de verdad las cartas de la factura del gas?
¿Se sabe ya por qué la gallina fue a cruzar?
¿Se dieron cuenta de una vez las madres del mundo que la foto/ cuadro de la Primera Comunión de sus hijos no queda bien en el salón de casa? ¿Y que la de la orla tampoco encaja con la habitación, al lado del póster de los Helloween y/o al lado de uno de Marta Sánchez u otra damisela de similares bondades medio en porreta?
¿Se sabe a qué isla se ha ido a vivir Michael Jackson? ¿A la de Elvis o a la de Don Pío?
¿Se le ha dado su merecida paliza al creativo de la publicidad de los huevos Kinder?
Sáenz de Santamaría, después de su posado para El Mundo, ¿se ha pasado ya al porno?
¿El calvo de Amaral ya usa una bocina rollo Harpo para contestar en las entrevistas?
Y por último y la más importante: ¿se sabe qué tiene la zarzamora que a todas horas llora que llora por los rincones?
Tengan buen regreso. Que no sea casi nada.
martes, 1 de septiembre de 2009
viernes, 17 de julio de 2009
A la aventura. vol 6. Polo Norte (ACTUALIZADO).
Desde mi más tierna infancia hasta nuestros días, quien aquí suscribe ha mantenido una estrecha y larga relación con el mundo audiovisual. Mi contacto con el panorama mediático empezó a lo grande, concretamente a los tres años, cuando me tragué las dos pilas del mando a distancia de la tele familiar. Luego vino mi dominio, que desembocó en tesis y giras mundiales por todo lo largo y ancho de Logroño, sobre las bondades y los entresijos de la ruedecita del “tracking” del vídeo. Tan laureada experiencia trajo como premio el ser contratado en uno de los medios comunicativos que ha marcado un antes y un después en la relación emisor- receptor: el teletexto.
Mi función en el segundo canal de la televisión local de Ibiza consistía en el mantenimiento de la página del horóscopo del teletexto, intuyendo al tuntún y transcribiendo posteriormente el futuro de los ocho signos zodiacales. Sí, ya sé que en otros tiempos fueron doce, pero ay amigo, en época de crisis, no se salva de los recortes ni la televisión, ni la radio, ni el séptimo arte (ahora sexto, también por la recesión). De hecho, en el cine municipal ibicenco sólo proyectaban las películas hasta la mitad de su duración por aquello de ahorrar gastos. La otra mitad la contaba el señor alcalde imitando, como buenamente podía el hombre, la voz de los personajes e incluso cambiando el final del film si así le venía en gusto, que para eso era la máxima autoridad, como él mismo argumentó aquella velada en la que un espectador se quejó porque no le cuadraba que la palabra “Rosebud” a la que Kane se refería en la proyección fuese en realidad el nombre de la tienda de kebabs donde en su infancia el protagonista de la peli se solía pegar la merendola.
El caso es que, después de mucho tiempo e interminables horas de trabajo sin descanso, fui relegado de mis funciones el mismo día en que me contrataron, eso sí, ya bien entrada la tarde. Un inoportuno haz intuitorio me llevó a presagiar a los Tauro un curioso porvenir: todo aquel u aquella poseedor u poseedora de tal signo, a partir de ese mismo día le daría por fumarse los cigarros al revés, es decir, con la cabeza en el suelo y las piernas en alto. Mala suerte la mía, pues coincidió que el director del canal era precisamente Tauro, además de un gran aficionado a los Ducados y a las posturas tradicionales a la hora de pipar el tabaco. Enojado, con el aliento aún con sabor a filtro y la cabeza llena de pelusilla del suelo, me echó la culpa de su nueva e incómoda posición cuando fumaba y me indicó la puerta por donde podía irme a tomar viento yo y mis aciertos futurológicos. Tras cumplir sus órdenes y comprobar que el máximo mandatario iba desorientado respecto a las instalaciones de su propia oficina (me estaba señalando en realidad la puerta del baño de mujeres), pedí disculpas por mi intromisión a Mariló, eficiente secretaria aunque con el vientre descompuesto vaya usted a saber gracias a qué porquería pseudocomestible, cerré, y me volví de nuevo hacia el director, que ya estaba otra vez al revés con el cráneo en la baldosa dándole al cigarrito.
- Amo, no me eche usted, que tengo vicios que mantener. Por cierto, tiene un chicle en la suela del zapato izquierdo. Deje, deje, ya me encargo yo, que tengo la boca seca. Uhmmmmmm, de tutifruti...
- Mi postura es inflexible- dijo tajante, mientras hacía circulitos con el humo que espiraba.
- No me haga hacer chistes fáciles, no me haga- respondí yo, con la risa floja al ver su incómodo estado.
- Caballerete, está usted perdiendo el tiempo y me lo está haciendo perder a mí- argulló el director, al mismo tiempo que volvía a hacer formas geométricas con el humo, esta vez triángulos isósceles.
- Vaya frase más típica de director que le ha salido, eh, jefazo mío- le peloteé dándole un codazo de complicidad a la altura de la rodilla, a ver si así me lo iba llevando a mi terreno.
- Anda, la verdad es que sí, pero me ha salido sin pensarlo, no crea- respondió vanidoso, justo en el momento que con el humo de su boca formó en el aire la Catedral de Santiago de Compostela.
- ¿Y si le hago cosquillas en los pies, se lo pensará, eh, tontázaro? Ay que me lo como, hay qué risa Maria Luisa- le contesté mientras le manoseaba su pie derecho previo descalzo de su botín.
- Ji ji, pare, pare por el amor de dios, pare que no aguanto las cosquil...jajajajjaa... está bien, está bien, no le despido, pero pare, que me se saltan las lágrimas. Uy, mire, por ahí va una!
Una vez más, mis artes persuasorias vencieron, y esta vez extraordinariamente, porque, consumido el Ducados e incorporado en la posición habitual, mi director me ofreció no sólo la continuidad en el canal de televisión, si no además dejar el Departamento De Mantenimiento, Coordinación y Lo Que Haya Que Hacer Del Teletexto (el famoso DDMCLQHQHDT), por un puesto de alto rango.
- Le ofrezco ir de corresponsal a uno de los lugares más divertidos, apasionantes y emocionantes del mundo.
- ¿La casa de Montilla?- salté yo, dejándome llevar otra vez por mi intuición.
- No hijo, no. El Polo Norte. Corresponsal del segundo canal de tele de Ibiza en el Polo Norte. T'ha pegat o t'ha fet aire?- chuleó.
No pude decir que no. Entre otras cosas, porque antes de que acabara de mentar su oferta, Mariló, la secretaria que le había sorpendido en el aseo, me había tapado la boca con cinta aislante, me había amaniatado de pies, manos, orejas y rabo, me había puesto un walkman con un cassette de Álex Úbago para dormirme, y me había metido dentro de una caja de Correos.
Tiempo después, ya en el avión camino al Polo, saqué conclusiones, até cabos (cosa que al personal del ejército que volaba en el mismo avión no le hizo ninguna gracia), y concluí que todo eso que el director había hecho por mí, supuestamente como premio, era en verdad una maquiavélica maniobra para perderme de vista. Lo intuía.
El aterrizaje en el Polo fue tirando a brusco, en parte por el mal tiempo, en parte por las malas artes de Mariló al lanzarme con el avión en marcha, en parte porque la fortuna me hizo aterrizar sobre la única especie humana que en en el Polo podría encontrarme: un reportero de Callejeros que buscaban drogadictos y putas por aquellos lares.
Es que los de España ya los habíamos sacado todos- murmuró el cámara antes de morir fruto de tan violento encontronazo.
Tras enterrarlo a él con una jeringuilla clavada, grabarlo con la cámara y enviar la cinta a los estudios centrales de Cuatro para que no se quedaran sin programa, seguí mi camino no sin antes dedicarle una canción como póstumo homenaje: la sintonía de Vidas Anónimas y la recreación sonora durante 45 segundos del ruido de la tele cuando no coge señal. Después fui a comprarme una cazadora de polipiel, guantes, bufanda, y colonia con olor a salmón en la única tienda que vi en todo el Ártico (la del Zara, lógicamente), y me metí en uno de los iglús que formaban una pequeña aldea con la que me topé a mi paso. Allí moraba un pequeño ser de color amarillento, ojos achinados y dentoles saltones que, tan atento estaba a lo que echaban en televisión, no se percató de mi presencia.
- A las buenas tardes, pequeño esquimal- me presenté.
- Zapateta, una visita!- contestó el bajito mientras lamía una barrita de surimi congelado clavada en un palo a modo de helado- ¿Quiere algo para picar, joven? Ande, dése prisa a probar estos cubitos que si se enfrían no valen nada. Entre usted y yo, me los ha mandado el presidente de Cantabria, pero chitón, que después todo se sabe y viene el lío.
- Descuide, señor...
- Zanussi, Rafel Zanussi- aclaró el esquimal- teniente alcalde de esta bella localidad, San Fresquito de la Barquera, pueblo humilde pero acogedor como usted ya ha podido comprobar.
- Señor Zanussi, he sido vilmente engañado y necesito que me ayude a volver a mi pais...
- Fifí! Fifí! Sal y saluda a aquí el invitado, venga corre!- me interrumpió el teniente alcalde sin hacerme ni el más mínimo caso y dando gritos a una de las habitaciones- Es mi mascota, ¿sabe? Si no le importa, es que es un cachorrillo y me da penita dejarlo solo...
- Qué va, si a mí me encantan los animales- le expliqué mientras me acluquillaba con los brazos abiertos para recibirlo- a veeeeeer esa monadaaaaa...
No hubo tiempo de reacción. Mi jugueteo con el animal en cuestión hubiera sido un punto a mi favor en el primer contacto con aquel pueblo desconocido si de la habitación hubiera salido un perro como yo esperaba y no un oso polar de dos metros que, extasiado por la presencia de un extraño y en plena efervescencia sexual, no dudó en montarme sin reparo ni permiso alguno. Varios arañazos, múltiples contusiones, diversas magulladuras pero un sólo desgarro eso sí, provocaron mi rápido traslado a la casa del médico de San Fresquito de la Barquera acompañado por el noble alcalde y Fifí, que, cigarrito en mano, aún me reprochaba el muy canelo que los había visto de mejores.
Un mes de rehabilitación en la Clínica de Nuestro Señor del Bacalao Encebollado me permitieron conocer y profundizar sobre los quehaceres de los vecinos. Y como no hay mal que por bien no venga, mi estancia sirvió para conocer un grave problema que desde hacía un tiempo sufría aquel pueblo: las bajas temperaturas estaban provocando un descenso preocupante de turistas. Tanta lástima me dieron que no tuve más remedio que ponerme manos a la obra. En concreto, en el asfaltado de una carretera comarcal hecha harapos por el paso contínuo de los pingüinos, hasta que se me ocurriera una idea. Poco a poco y a base de ahorrar, pude adquirir un coqueto iglú que se diferenciaba de los demás porque era negro por fuera gracias a que el acabado exterior se hizo de pasta de crocanti, similar al gotelé de aquí, pero mucho más glamuroso. Sentado en mi mesa, iba escribiendo em mi bloc Enri diversas ideas sobre cómo acabar con aquel desaguisado, hasta que por fin se me encendió una bombilla encima de mi cabeza.
- Disculpe que haya entrado sin llamar, es que estamos comprobando la instalación eléctrica. Funciona todo correctamente. Ya la apago- me sorprendió el teniente alcalde, ataviado con un mono azul de electricista.
- Señor Zanussi! Precisamente quería hablar con usted. Tengo un plan infalible para que vuelvan los turistas. Pero antes de comentárselo y como veo que está anocheciendo, nos vamos a celebrarlo toda la noche.
- Hala animal, usted sabe de lo que está hablando? Muy gallito nos has salido.
- Que sí, hombre, que nos tomamos unas copichuelas, y cuando amanezca nos ponemos.
- Como quiera. Pero después no vale rajarse, Jalisco.
Esa poca predisposición a la algazara nocturna por parte del esquimal la entendí posteriormente cuando comprobé que la puesta de sol a la que me refería, inconsciente de mí, era la que daba paso a la noche de seis meses. Y otra cosa no, pero palabra a Zanussi le sobraba. Así que, mes tras mes, cubata tras cubata, pub tras pub, por fin se cumplió el medio año de fiesta contínua hasta que, gracias a Dios, se hizo otra vez de día. Había llegado el momento de la verdad.
Reunir a toda la población del Polo Norte en un mismo punto del Ártico no fue fácil. Megáfono en mano, y aupado en hombros de Fifí para facilitar mi visión, les expliqué que, si todos nos poníamos en la zona oeste del Polo, lógicamente y debido a la fuerza que ejerceríamos, el globo terráqueo cedería hasta el punto que nuestro territorio se movería llevándonos aproximadamente al punto donde ahora se encuentra Cuba, como si moviésemos la Tierra del Google Earth con el cursor del ratón. Un trineo sobrevolando mi cabeza dio a entender que mi idea no acababa de cuajar entre los más incrédulos, pero por fin logré convercerles poniendo un plano sobre la mesa con todos los movimientos que teníamos que hacer, y explicándolo con un brazo escondido, como si me lo hubiesen arrancado cuando luché en la II Guerra Mundial o cuando fui de voluntario a un Madrid- Barça, a elegir cualquiera de los dos opciones. Al final, persuadidos gracias a esta hábil maniobra, todo el mundo se movió hacia la parte oeste a la de tres.
El milagro se hizo realidad. De pronto, sentimos como la Tierra se movía de bajadita, y el inmeso frío al que ya estábamos más que acostumbrados dio paso a un clima tropical que sorprendió hasta el más viejo de los esquimales. “En mi vida había visto yo un tiempo así”, explicaba a una reportera ya ataviada con bermudas y cantando canciones de Compay Segundo. La felicidad era máxima y la población empezó a hablar usando la ele: “eles un genio, mi amol”, me comentaba la hija de Zanussi, justo en el momento que llegó una queja formal de China, pues con el movimiento terráqueo, se habían quedado ellos en el norte del todo.
- Se jodan y se enfríen- tranquilizó al populacho el teniente alcalde.
La felicidad y la prosperidad se quedarían allí para siempre, intuía. Sin embargo, la alegría duró sólo unos minutos ya que, envueltos en un ambiente de jolgorio y bacanal, nadie se acordó de mover la gente del lado oeste del polo, de tal manera que la Tierra, tras ese pequeño parón de cinco minutos en zona cubana, siguió su movimiento de bajada hasta el Polo Sur, donde se quedó parada para siempre.
Así pues, las bajas temperaturas volvieron a cubrir aquella extensión, y yo tuve que huir de allí amenazado por Fifí y demás insatisfechos. Llego a España en barco por el sur, en concreto por el golfo de Vizcaya, donde me reciben las autoridades vascas que no acaban de acostumbrase a su nuevo clima y ser el culo de la nación. Lo mismo les pasa a los andaluces, ahora en el norte patrio, cuyo ambiente les provoca ganas de talar árboles como anteriormente hacían los bilbaínos, pero a chistes. De todas formas, soy condecorado con una medalla al mérito porque por fin, y de una vez por todas, España está por encima de Inglaterra y Francia. Aunque de repente me la quitan porque se dan cuenta de que Marruecos lo está de la Península. Ah, y de Portugal, ahora a la derecha, nadie se acuerda, como siempre.
Continuará.
martes, 16 de junio de 2009
Firma invitada. Hoy, Luyansan.
Habla Reverendo Hoover: estimados todos, la envidiadísima colección "A la aventura" se toma un respiro para darle una oportunidad a Luyansan (en la foto), viejo conocido de los más selectos burdeles de la comarca, que se ha creído el bulo que por publicar chorradas aquí se folla más. En su caso, se folla, simplemente. Sin más, les dejo con su diarrea mental, y les aviso de antemano que cualquier comentario en el que se intuya que prefieren sus historias a las mías, será democráticamente eliminado.
Por último, agradecer a Luyansan su aportación, y anunciar que Revendo Hoover muy pronto volverá con sus entregas para realzar este blog.
Ahí va:
Invitado por el anfitrión de este blog, me dispongo a participar en él con el ánimo de llevarme un pellizco de toda la pasta que se está llevando con la cosa esta. Como no tengo nada que contar (a la espera de los billetes de 500 que empiecen a llegar), he pensado que podía relatar la historia de cómo fui designado colaborador de este blog nada más y nada menos que por su propietario en carne y hueso (más de lo primero que de lo segundo, la verdad sea dicha… o dichosa… o como se diga). Tras la necesaria contextualización, paso a transcribir el diálogo (yo por si acaso siempre llevo un micro oculto estilo Madonna) en que se dio dicha proposición poco menos que indecente.
Resulta que estaba yo tranquilamente con un viejo amigo en un restaurante de Valencia, hablando de temas decisivos (“que cuánto tiempo sin vernos”, “que si yo la tengo más grande”, “que si tu madre esto”, “que si la tuya lo otro”…), cuando me dijo el colega:
¿Te importa que llame un momento por teléfono, meimportaunamierdaloquemedigas? Buenobienvaletejodes.
No me dio tiempo a contestar porque yo ya estaba comiéndome las sobras de los que acababan de dejar la mesa, pero tampoco me importó. Además, casualidades de la vida, justo en ese instante me sonó el teléfono:
Hombreeeeeeeeee, Reverendo Hoover, ¿cómo vas? … Pues mira, aquí estamos, que no es poco. … Sí. … Ya. … Sí. … No, no. … Eso tampoco. … ¿Ah, sí? Pues enhorabuena. … A ver, cuenta. … No me extraña. … Una paella, larga de arroz; poco hecha, vuelta y vuelta. … No, no era a ti. … Al camarero. … Sí, con un colega. … Pues no sé, si quieres se lo pregunto, pero no creo que sea tu tipo. … Eso es ilegal, Reverendo. … Pues yo creo que sí le importaría. … Sí, mejor será cambiar de tema. … A ver, propón, propón. … ¿Un blog? … Vaya, gracias por pensar en mí. … Sí, bueno, ya veré. … Sí, ya me concretas y te digo lo que sea. … Vaaaaaaale, vale, vale. Bueno, te dejo que viene la comida. … Veeeeenga, adiós, adiós, por la sombra.
¿Quién era? -dijo mi colega.
Nadie, un capullo.
Luis, oye, ¿tu cuerpo pide salsa?
No, yo con el kétchup ya tengo aliñada la paella. Bueno, sigue con lo que me contabas antes.
¿Qué te decía?
Me contabas que terminaste la carrera y luego…
Ah, sí. Pues nada, terminé la universidad y me puse a buscar trabajo.
¿Tardaste mucho?
Buf, más de un año paseando mi currículum por Valencia y nada: “no tiene experiencia”, “tiene demasiada experiencia”, “tiene experiencia intermedia”, “no pronuncia bien las haches”, “haga el favor de vestirse”, “esto es una casa particular. Voy a llamar a la policía”… Total, que al final me pillaron en una fábrica de sexador de pollos, pero me echaron porque decía ‘la calor’ en vez de ‘el calor’ y porque a mi jefe le llamaba ‘jefa’.
Una injusticia.
Ya ves. Al final, creo que Kentucky Fried Chicken compró las acciones de la empresa. ¿Sabes lo que hice después?
Dime.
Me.
Continúa, Juanjo.
Ah, por cierto, creo que hasta ahora no había dicho el nombre de mi amigo del alma: Juanjo (‘Juanjito’ para los demás).
Pues un día iba por la Plaza del Ayuntamiento con unos amigos, nos tropezamos y nos caímos al suelo.
¿Te hiciste daño?
Me rompí cuatro dientes.
¿Y qué les pasó a los otros?
No, los otros ya los tenía rotos. Pero bueno, lo que pasó es que mis amigos se fueron y decidí quedarme en el suelo y dejar de buscar trabajo. Pensé: “Que el trabajo me busque a mí”. ¿Y sabes qué?
¿Qué?
¿Que si sabes qué?
No, la verdad es que no.
Pues que en un año así me saqué más dinero que una semana en la fábrica esa de las pollas.
Pollos.
Lo que sea. Y además me hice un montón de buenos colegas. Imagínate que nos fuimos todos juntos de acampada el verano pasado.
¿Ah, sí? ¿Dónde estuvisteis?
Buf, en un montón de sitios: en el viejo cauce del Turia, en El Campanar, en Benimamet, en Las Cañas, en Lo Campano, en La Rosilla, en Las Barranquillas…
Lo pasarías bien.
Ya te digo. Todo el día ahí haciendo burbujitas con una cuchara y un mechero, y luego, en plena exaltación de la amistad, pico por allí, pico por allá.
Qué besucones.
¿Cómo?
Come, come.
Hablando de comer, ¿vas a terminarte lo que estás comiendo?
En cuanto lo mastique un par de veces más es todo tuyo, no quiero más.
¿Y eso?
Eso estaba en el suelo, pero también te lo puedes comer.
La verdad es que ver comer a mi amigo Juanjo es un placer. No sabéis lo bien que abre los mejillones mientras con las manos se sirve un vaso de vino tinto de la casa elaborado por los mejores ingenieros químicos de la zona de Chernóbil.
Ah, Luis, y tengo otra cosa que contarte.
Hosti, Juanjo, vienes como un Kinder.
Mira, tengo un proyecto entre manos- dijo mientras agitaba la servilleta a modo de bufanda futbolera.
Soy todo piernas.
¿Tú sabes lo que es un blog?
Pues no, la verdad, ni idea.
Bueno, pues yo tampoco. El caso es que me he abierto uno y necesito llenarlo de cosas. ¿Tú podrías ayudarme escribiendo algo?
Vale, de acuerdo. ¿Cómo te lo hago llegar?
Ahí está el misterio. Por esas cosas de la privacidad y la Interpol me he inventado un homónimo.
¿Pseudónimo?
No, no fumo, gracias. En la Red respondo al nombre de Reverendo Hoover.
Imaginaos el efecto que tuvo ese notición. En ese momento centenares de abuelas que salían de misa se lanzaron suplicantes a sus pies (que estaban sobre la mesa, dentro del plato) mientras él trataba de zafarse de los placajes al grito de “¡Las bragas no, las bragas no!”. Cuando se zafó de ellas, pude decirle:
Perdona, no estaba escuchando. ¿Qué decías?
Que en Internet soy Reverendo Hoover.
¡Acabáramos! -grité-. Ahora todo tiene sentido. Por eso, cuando Reverendo Hoover me ha llamado por teléfono, tú decías lo mismo que él. ¡Coñe! Y por eso el fin de semana pasado, cuando quedé con Juanjo, no fue el quien apareció sino Reverendo Hoover.
Ahí le has dado. Por cierto, vaya festival.
Sí, me debes mil euros.
Que te devolveré en cómodos plazos a razón de -100 euros el finde.
Ya. Oye, me has dejado de piedra. Y otra cosa: ¿esta noticia es la razón de que hayas reservado las dos mesas más alejadas del restaurante y de que hayamos estado separados y hablándonos a gritos estas dos horas?
No, bueno, es que, en vez de reservar una mesa para dos, reservé dos mesas para uno. Ya sabes, soy de Letras.
Buen pueblo y bonita iglesia.
Sí, señor. Bueno, ¿qué dices? ¿Me escribirás algo?
Pues esta es la historia de cómo fui propuesto a participar en este espacio blogístico y de cómo me enteré de que la verdadera identidad y de la doble vida de Reverendo Juanjo… de Juanjoover… bueno, da igual, del dueño de este blog.
Y por último, Reverendo Hoover, me temo que no podré mandarte nada; no sé qué me pasa, pero no me visitan las musas (las otras dos que me visitaron me robaron hasta los dientes de oro después de echarme miel en la botella de absenta. Malditas ‘prespiputas’). Otra vez será.
lunes, 8 de junio de 2009
A la aventura vol. 5. África.
A pesar de que desde bien jovencito se me auguraba un futuro prometedor en cuestiones sexuales puesto que, según cuenta la leyenda, al segundo de entrar en este mundo ya estaba tocando una vagina, la experiencia y un más que cuestionable palmarés conquistatorio se han encargado de echar por tierra tan triunfal hipótesis. Y fue ese destino de infortunios y malentendidos con el mundo femenino el que acabó mandándome a tierras africanas.
Sería justo a la hora de la cervecita, no más de las ocho de la mañana, cuando me disponía a comenzar una nueva jornada en mi nuevo trabajo de Ponedor Oficial de Pegatinas de Cerrajeros 24 horas. Mi labor consistía en inundar de adhesivos todas las puertas de garajes, cañerías y frentes de trabajadores medio sonámbulos del metro de la ciudad de Moscardó, donde me refugié desde mi última aventura valenciana. De repente y en plena faena, un autobús paró delante de mis narices (la izquierda y la derecha), con el pretexto de que al conductor se le había metido en el ojo un animalillo, en concreto un setter inglés de raza pura.
- Delicado usted también- le pinché mientras Aniceto, que así se llamaba el caballero, hurgaba su ojo mirando a Venus.
- Si es más que nada porque el otro día se me metió un gato y no quiero bullas- respondió.
- Entonces bien. ¿Necesita que le eche una mano?, dígamelo que la tiro fuera y la cambiamos por otra. Será por manos.
Aniceto, al oír mi buena y natural predisposición a lo que fuera menester, dejó por un momento de magrear su córnea, pidió disculpas a un sorprendido transeúnte por usar uno de sus dedos para tal forcejeo, y me miró fijamente. El transeúnte, por cierto, se fue a la suya.
- O la intuición me engaña, o usted es una bellísima persona que se merece la gloria bendita- Aniceto dixit, justo en el momento que se le caía del ojo una Rieju Drac de hacía años.
- Lo segundo- apunté mientras le propinaba una palmadita en la espalda para básicamente hacerme el guay y ya de paso dejarle una pegatina de Cerrajeros Gomis tel. 963525536 en su americana, a modo de cuchufleta.
- Amigo, está usted de enhorabuena. Llevo un autobús con ni más ni menos que 50 preciosidades de mujeres en busca del placer más absoluto. ¿No querría usted ayudarlas en su tan sugerente misión? Será bienvenido. Anda, suba, y deje ya de darme palmaditas en la espalda, que a la que hacía 28 le he pillado la broma, so guasas.
- Se las sabe todas, bribonazo.
- ¿Y bien?
- No me diga más. Ni en mis sueños más placenteros imaginé una oportunidad así.
Y allá que nos fuimos.
Que digan lo que quieran, pero ir 36 horas con un bus lleno de monjas camino a encontrar el placer espiritual ayudando a los más desfavorecidos de África, tiene su cosa. Ahora bien, otra cosa es que esa aventura coincidiera con mis expectativas. Fuera como fuese, yo me sentía importante en esa misión. Porque nunca sabes cuando un africano puede necesitar un Ponedor Oficial de Pegatinas de Cerrajeros 24 horas. Porque al continente africano le debemos legados tan importantes como el cous cous, las dos fichas que te dan si lo conquistas en el Risk, y nuestro merecido complejo de picha cortas. Así que, erigiéndome como líder de la expedición, cogí el micrófono, y me lancé a convencer al personal de mis aptitudes con un discurso cautivador:
- Se abre el telón y se ve cómo Sherlock Holmes y Watson observan un caballo montando una yegua. Se cierra el telón, ¿Qué le dice Holmes a su compañero? Semental, querido Watson.
Descomunal fue la risotada de las monjas, aunque nada comparable con la ovación que siguió después fruto del Padrenuestro que interpreté a eructazos. Las tenía en el bolsillo. Poco a poco, y después de convencerlas que en un sitio tan pequeño era incomodísimo viajar, volvieron a sus asientos y todas se fueron quedando dormidas. Bueno no, todas no, todas menos Sor Ámbula. Lo siento.
Unas cuantas horas después, exactamente bastantes, ya en barco y en aguas africanas negras como el carbón, Aniceto intuyó con unos prismáticos Fisher Price lo que parecía ser el asentamiento de una tribu. Unas cabañas, un riachuelo y una hoguera fueron las pistas para cerciorarnos de que efectivamente allí había vida humana. Bueno, eso y un gran cartel publicitario de Gaseosas La Revoltosa que patrocinaba la comunidad indígena en cuestión.
- La tribu de Adoradores de Mónica Naranjo les da la bienvenida. Antes de entrar hagan el favor de pasar los pies por la alfombrilla pues dudo mucho que después limpien ustedes- se oyó por los cascosguía para el turista que nos encontramos en la arena nada más bajar, con la Primavera de Vivaldi de fondo formato MIDI.
- Muy amables, en agradecimiento, la hermana Milagros y yo misma les hemos preparado unas empanadillas de boniato, por el acercamiento de culturas y eso- medio gritó al aire la hermana Nazarina, pelín desconcertada por no saber bien a quién dirigirse.
- Se agradece, pero que comentábamos por aquí que a ver cuándo cojones salen de España monjas que les dé por preparar marisco, paella del senyoret o similares manjares de exquisita fama porque estamos del boniato, del cabello de ángel y de los buñuelos de calabaza hasta el mismísimo húmero, relinda- volvió a oírse por los cascos.
De repente, de entres arbustos y árboles de navidad allí plantados, nos rodeó una gran comitiva de nativos africanos cantando a coro aquello de “emocionados, agradecidos, solamente queremos decir, gracias por venir”, seguido de un castillo de fuegos artificiales de la pirotecnia Caballer. Astuta estrategia para que nos confiáramos, pues tan majestuoso recibimiento tuvo su broche de oro en un calvo colectivo de los nativos, con tanto garbo y orden que, con una letra en cada nalga se podía leer en un perfecto castellano la siguiente proclama: “LA HABEIS CAGADO”. Sin tiempo a plantearnos la posibilidad de parlamentar con los salvajes para encauzar la situación, las monjas y servidor huimos como buenamente pudimos: unos a salto de mata, otros escondiéndose en las alcantarillas, otros cogiendo un taxi... sólo Aniceto, que no había visto la amenaza porque se estaba quitando una caña de un cohete del castillo que le había metido en el ojo, quedó preso de los malvados negritos.
Por mis partes, después de tres horas y sesenta minutos de huida a la desesperada, el azar me hizo toparme con un Kentuky Fried Chicken, pero por supuesto, allí no había ni cristo para ayudarme. Así que seguí deambulando por la selva hasta que, entre un matorral y una señal de la ORA, distinguí por fin un rostro que podía ser mi salvación.
- Isabel Pantoja?
- Y dale. Que soy el Rey León. Un día de estos me depilo sólo para a ver si así me confunden por lo menos con Britney Spears- dijo el felino.
- Coquetón, no hay tiempo para lamentos. Tengo un compañero en manos de la Tribu De Adoradores de Mónica Naranjo y necesito tu ayuda, estimado salvaje.
- Mira, pues te voy a echar una mano sólo por joder a los republicanos esos y porque me dedicasteis un modelo de Seat. Y salvaje tu tía.
Así que, saltando a los lomos de la bestia, salimos al galope para salvar a Aniceto. A las dos horas de camino cambiamos, y fui yo quien le tuvo que llevar al caballito porque Su Majestad estaba sofocado por el Poniente. Cerca de la hora de cenar llegamos al campamento. Desde la lejanía y agazapados para no ser vistos, distinguimos a Aniceto dentro de una olla gigante en la que un indígena dejaba caer cebolleta, champiñón y calabacín previamente tallado. Luego, paró un instante para fijarse en el libro de recetas que tenía medio abierto en un lado, y le echó unas patatas. Antes de echarse un cigarrito para descansar de sus labores culinarias, cogió a Aniceto de la oreja y le dijo algo así (estábamos muy lejos, no se podía oír bien) como “con lo que me está costando de hacer la cena, como te cagues dentro te mato”. Esto ya me indignó. Podía pasar que se lo quisieran comer, pero nadie tiene derecho a estirar de la oreja a nadie, que después bien que se te agrandan y en el colegio te recuerdan con mofa que el viento son tus orejas en movimiento. Sin pensárnoslo, Rey León y yo salimos de nuestro escondrijo, y nos plantamos delante de ellos. El animal tomó la palabra.
- Como Rey de la Selva que soy, es para mí una honda satisfacción pediros que soltéis al reo.
- Qué campechano!- opinó Aniceto, mientras picaba una oliva de la olla.
- Vaya, vaya- se interpuso el cocinero mirando al león, en plan burlón asqueroso- el del vídeo de youtube que va cazando crías pequeñas de búfalos por ahí y al final le meten una paliza…
No bastaron más ironías amenazantes para desatar la ira que Rey León y yo llevábamos acumulada. Mientras él iba desplomando uno a uno con su aliento, yo les amordazaba/ paralizaba con mis pegatinas de cerrajero que llevaba en el bolsillo. Después de una dura batalla con descanso de diez minutos incluido pactado por ambos lados para ver el Telecupón, el triunfo se decantó por fin a favor del bando civilizado. Tan distraídos estábamos celebrando la victoria Rey león y yo, que se nos olvidó por completo sacar a Aniceto de la olla. Cuando nos dimos cuenta, parecía que aún podíamos salvarlo de morir cocinadito con su verdurita, sus patatitas y su caldito, a parte del buen olor que hacía, pero no.
- Muslo o pechuga?- ofrecí unos minutos después, mientras el animal se acomodaba en una silla y se ponía una servilleta.
- Muslo, si’l vous plait.
Y me sonrió. Y pasamos una noche maravillosa. Y como de Aniceto sólo quedaron los huesos, hicimos con ellos una cortina de esas que hacen ruido cuando las mueves en su honor. Y le dedicamos además “Chá chá chá de amor” y le recreamos el baile de Dirty Dancing. Y al día siguiente partí rumbo hacia tierra desconocidas, intentando recordar cuántos y tan gloriosos nadadores africanos han ganado medallas en natación. Y como no me salía ninguno pensé entonces en españoles. Y tampoco.
Y sí, me he modernizado. He musicado todas las entradas de esta gran colección "A la aventura". No se pierdan el videoclip con el que concluyo mi viaje a Valencia, vol 4.
Continuará.
martes, 17 de marzo de 2009
A la Aventura vol. 4. Valencia.
Al final va a ser verdad aquello de que hay valencianos por todos los rincones del mundo. Sin ir más lejos, a Ximo Bayo se le ha visto varias veces por Marte, por el País de los Dragones y los Gnomos, y por el Reino de la Luces de Colores. Otro ejemplo sería el de Pakito Camps, que suele ir bastante a Milano.
Coincidí con la Fallera Mayor de Valencia en una cárcel del Estado de Texas, donde yo trabajaba como animador en el corredor de la muerte, después del trágico desenlace con la Big Band. Entre los presos, todos ex- butaneros a juzgar por su vestimenta, destacaba mi paisana Amparito, ya que en las noches de luna llena le daba por tatarear “Xiqueta meua” mientras miraba melancólica la luna por el pequeño ventanal de su celda. Le detuvieron y condenaron a muerte días antes por exaltación del terrorismo y atentar contra el buen gusto. Y eso que ya venía avisada de las pésimas consecuencias que le podía acarrear el ir vestida de fallera fuera de su zona. Amparito, hija de un profesor y novia de un forastero, había viajado hasta allí representando a la ciudad del Turia para invitar a los inmigrantes valencianos residentes en EEUU a pasar las fiestas en Valencia, como es tradición en estas fechas de folclore levantino. Entre ella y yo poco a poco se fue forjando una creciente amistad que desembocó en una aventura de sexo desenfrenado, dato positivo a más no poder si no fuera porque estamos hablando de la Fallera Mayor de 1943, y más que disfrutar con su piel, lo hacía con su mojama. Pero oiga, como dice el poeta, en tiempos de guerra, todo agujero es trinchera.
Después de unas costosas negociaciones con el alcaide de la prisión (el muy sinvergüenza se resistía como un campeón a la asfixia cuando le sumergía la cabeza en el cubo de agua), salimos Amparito y yo hacia el aeropuerto. Allí nos esperaba el resto de valencianos residentes en USA, la banda de música de Sueca, el señor del anuncio de Tulipán y un avión de vuelta a nuestra tierra natal. Del viaje, sólo destacar dos aspectos: que una manera eficaz, rápida y limpia para hacer que el del bombo deje de dar por saco con su juguete es partírselo en el cráneo; y que definitivamente la gente no tiene sentido del humor a juzgar por las groserías que adornaban sus exclamaciones cuando, toalla en la cabeza, me hice pasar por un talibán secuestrador de Boeings. Por lo demás, trayecto agradable con paradita incluida justo en el lugar donde dejé a David Meca en mi viaje de ida. Ya saben, es ver un famoso y la gente hace lo que sea por echarse unas fotos con él, aunque éste esté agonizando y flotando por el Atlántico.
Valencia olía a pólvora, a azahar y a multas de la ORA. Calles cortadas, niños tirándote cohetes a traición, más calles cortadas, padres hijosdeputa que miraban cómo sus niños nos tiraban los cohetes a traición, más calles cortadas, churrerías ambulantes con aceite de antes de la Guerra (la de la Independencia), otras tantas calles cortadas, y falleros rechonchos con gafas de sol y vestidos de torrentí cortando la única calle que faltaba por cortar. Me sentía en casa.
Amparito se empeñó en que le acompañara al MI Ayuntamiento para contemplar la mascletà de aquel día. Cogimos el mejor sitio de todos, justo en medio del balcón, donde flanquearíamos a la Alcaldesa y a la Fallera Mayor, la de verdad, la de este año. Fuimos los primeros en aparecer por allí, algo nada extraño si tenemos en cuenta que aún faltaban ocho horas para el acontecimiento, pero el vejestorio, víctima de una progresiva pérdida de raciocinio, no atendió a razones. La muy pirada se pasó todo ese tiempo de plantón a pleno sol saludando a los transeúntes con el característico giro de muñeca. Si al menos no se hubiera quitado el traje de fallera mostrándose como su madre le trajo al mundo, la espera hubiera sido mucho menos sonrojante. Gracias a Dios, una oportunísima insolación a falta de dos horas para el show le hizo ceder por fin a mis intentos de volver al interior del Ayuntamiento y esperar allí el inicio del espectáculo pirotécnico. Seguramente fue dicha insolación, quién sabe si mezclada con algo de envidia, chocheo degenerativo, los efectos de la botella de cazalla que nos acabábamos de pimplar en honor a San Isidro (¿no les digo yo que se le iba la pinza?) o todas las cosas a la vez, lo que movió a nuestra nonagenaria a montar el numerito que a continuación les narro. Vamos a ver: que te empujen desde el primer piso de una Casa Consistorial escaleras abajo por la espalda no debe sentar nada bien; se admite. Pero he de apuntar en favor a Amparito, la artista que con tanto desparpajo provocó el incidente, que la Fallera Mayor de 2009 chillaba cosa exagerada para total tener una pierna a la virulé. De acuerdo, y el brazo, torcido de una forma tan rara que ni como cuando manipulábamos de críos los de los Argambois. Está bieeeen, lo de la peineta incrustada en la cabeza también debe escocer lo suyo. Pero a lo que iba, que la Fallera Mayor de 2009, que ese día había llegado unas horas antes al Ayuntamiento para hacer unas fotocopias, para mí que un poco de teatro sí que hizo. No hubo más remedio que hacerle perder el conocimiento con un soberbio revés, aprendido en mi juventud cuando me empeñé a ir a clases de judo después del colegio, para que dejase de sufrir, y sobre todo, de chillar y molestar. Mi amante Amparito y yo necesitábamos un lugar seguro donde esconder la magullada fallera antes de que alguien entrase y se diera cuenta del pipostio que habíamos montado. La sala de Atención al Cliente del MI Ayuntamiento fue la elegida. Lástima que al intentar abrir la puerta descubriéramos que ésta estaba dibujada en la pared y que en realidad no existía. Al final, nos decidimos por la Sala de Hacer Horas Extras Para Funcionarios; ya sería casualidad que alguien se dejase caer por allí. La sala olía a nuevo y aún estaban los ordenadores, sillas, y mesas con sus envoltorios sin estrenar. Aprovechando que Amparito aún deliraba (le dio por alabar el trabajo del Concejal de Transporte al ver un retrato suyo en uno de los pasillos), pensé que lo mejor era dejarla allí encerrada también para evitar otro espectáculo. Las até a las dos, haciendo oídos sordos a las amenazas de muerte de Amparito, y justo cuando me encaramaba a la ventana para huir, caí en la cuenta de que posiblemente echarían de menos a la Fallera Mayor de 2009 en la mascletà. Di la vuelta, y pensé un plan. Como no se me ocurría, pensé en otro. Y así todo el rato hasta que por fin.
Está feo decirlo, pero el vestido de Fallera me sentaba francamente. Lo peor fue ponerme la peineta. Mejor dicho, sacarla de la cabeza de nuestra protagonista malherida para colocármela yo. No sería fácil que alguien se percatase de mi cambiazo. Total, sólo tenía que sonreír, decir lo de “senyor pirotècnic, pot començar la mascletà”, saludar al personal, llorar de la emoción al final (pensé en la situación del equipo de fútbol de la ciudad y aquello fue un lloriqueo constante), y pirarme de allí al final de la mascletà con la excusa por ejemplo de que tenía prisa porque mis apuntes se habían comido a mi perro y en casa me esperaban. Además me puse una gafas de esas postizas con nariz, cejas y bigote, para asegurarme totalmente de que no sería descubierto. A cinco minutos del comienzo del primer cohete, la Plaza del Ayuntamiento estaba a reventar. Entre la multitud distinguí, para mi asombro, a Amparito. La muy hábil se había escapado y ahora lanzaba tomates a la gente al grito de “Visca Bunyol i la Tomatina”. El balcón estaba lleno de personalidades de gran valor y consideración del mundo valenciano. También había políticos. Conocí gente famosa y descubrí que el obispo de la ciudad, además de grandísima persona, tenía las manos un poco largas el pillín. Lo malo es que la Alcaldesa también. Y yo, que siempre he sido generoso y facilón, no nos engañemos, me dejé llevar. Hubo un punto muy noble en mi cuerpo (de cintura hacia abajo, según llegas) donde las dos manos de los citados coincidieron. Un punto que provocó sus miradas hacia mí, con una pérfida sonrisa en el rostro del sacerdote, todo lo contrario que en el de la Alcaldesa. Estaba perdido. Ver saltar a toda una Fallera Mayor desde el balcón del Ayuntamiento segundos antes de que empiece la mascletà debe ser todo un espectáculo. Mi huida a lo desesperado de allí podría haberse saldado con varios huesos rotos de no ser por la falda del vestido que se desplegó a lo Mary Poppins, amortiguando así mi salto.
Me alejo de la ciudad pateándome la autovía, sin saber dónde caer muerto, vestido de Fallera, y pensando que en este capítulo nadie ha muerto. Menos mal que de repente me encuentro a Amparito, vestida de San Fermín confundiendo los coches con toros. Un autobús de línea acabó con la vida de mi compañera sentimental. Esta vez la dejé medio inclinada en la cuneta, con una bolsa en una mano, como si estuviese recogiendo caracoles. Le dediqué dos Salmos, la canción de Pumuki, y la de Guantanamera. Mientras me alejo de Valencia, intento olvidar su ausencia recordando cosas típicas de mi ciudad: la paella, la horchata, el golf, los ladrillos…
Continuará.
Coincidí con la Fallera Mayor de Valencia en una cárcel del Estado de Texas, donde yo trabajaba como animador en el corredor de la muerte, después del trágico desenlace con la Big Band. Entre los presos, todos ex- butaneros a juzgar por su vestimenta, destacaba mi paisana Amparito, ya que en las noches de luna llena le daba por tatarear “Xiqueta meua” mientras miraba melancólica la luna por el pequeño ventanal de su celda. Le detuvieron y condenaron a muerte días antes por exaltación del terrorismo y atentar contra el buen gusto. Y eso que ya venía avisada de las pésimas consecuencias que le podía acarrear el ir vestida de fallera fuera de su zona. Amparito, hija de un profesor y novia de un forastero, había viajado hasta allí representando a la ciudad del Turia para invitar a los inmigrantes valencianos residentes en EEUU a pasar las fiestas en Valencia, como es tradición en estas fechas de folclore levantino. Entre ella y yo poco a poco se fue forjando una creciente amistad que desembocó en una aventura de sexo desenfrenado, dato positivo a más no poder si no fuera porque estamos hablando de la Fallera Mayor de 1943, y más que disfrutar con su piel, lo hacía con su mojama. Pero oiga, como dice el poeta, en tiempos de guerra, todo agujero es trinchera.
Después de unas costosas negociaciones con el alcaide de la prisión (el muy sinvergüenza se resistía como un campeón a la asfixia cuando le sumergía la cabeza en el cubo de agua), salimos Amparito y yo hacia el aeropuerto. Allí nos esperaba el resto de valencianos residentes en USA, la banda de música de Sueca, el señor del anuncio de Tulipán y un avión de vuelta a nuestra tierra natal. Del viaje, sólo destacar dos aspectos: que una manera eficaz, rápida y limpia para hacer que el del bombo deje de dar por saco con su juguete es partírselo en el cráneo; y que definitivamente la gente no tiene sentido del humor a juzgar por las groserías que adornaban sus exclamaciones cuando, toalla en la cabeza, me hice pasar por un talibán secuestrador de Boeings. Por lo demás, trayecto agradable con paradita incluida justo en el lugar donde dejé a David Meca en mi viaje de ida. Ya saben, es ver un famoso y la gente hace lo que sea por echarse unas fotos con él, aunque éste esté agonizando y flotando por el Atlántico.
Valencia olía a pólvora, a azahar y a multas de la ORA. Calles cortadas, niños tirándote cohetes a traición, más calles cortadas, padres hijosdeputa que miraban cómo sus niños nos tiraban los cohetes a traición, más calles cortadas, churrerías ambulantes con aceite de antes de la Guerra (la de la Independencia), otras tantas calles cortadas, y falleros rechonchos con gafas de sol y vestidos de torrentí cortando la única calle que faltaba por cortar. Me sentía en casa.
Amparito se empeñó en que le acompañara al MI Ayuntamiento para contemplar la mascletà de aquel día. Cogimos el mejor sitio de todos, justo en medio del balcón, donde flanquearíamos a la Alcaldesa y a la Fallera Mayor, la de verdad, la de este año. Fuimos los primeros en aparecer por allí, algo nada extraño si tenemos en cuenta que aún faltaban ocho horas para el acontecimiento, pero el vejestorio, víctima de una progresiva pérdida de raciocinio, no atendió a razones. La muy pirada se pasó todo ese tiempo de plantón a pleno sol saludando a los transeúntes con el característico giro de muñeca. Si al menos no se hubiera quitado el traje de fallera mostrándose como su madre le trajo al mundo, la espera hubiera sido mucho menos sonrojante. Gracias a Dios, una oportunísima insolación a falta de dos horas para el show le hizo ceder por fin a mis intentos de volver al interior del Ayuntamiento y esperar allí el inicio del espectáculo pirotécnico. Seguramente fue dicha insolación, quién sabe si mezclada con algo de envidia, chocheo degenerativo, los efectos de la botella de cazalla que nos acabábamos de pimplar en honor a San Isidro (¿no les digo yo que se le iba la pinza?) o todas las cosas a la vez, lo que movió a nuestra nonagenaria a montar el numerito que a continuación les narro. Vamos a ver: que te empujen desde el primer piso de una Casa Consistorial escaleras abajo por la espalda no debe sentar nada bien; se admite. Pero he de apuntar en favor a Amparito, la artista que con tanto desparpajo provocó el incidente, que la Fallera Mayor de 2009 chillaba cosa exagerada para total tener una pierna a la virulé. De acuerdo, y el brazo, torcido de una forma tan rara que ni como cuando manipulábamos de críos los de los Argambois. Está bieeeen, lo de la peineta incrustada en la cabeza también debe escocer lo suyo. Pero a lo que iba, que la Fallera Mayor de 2009, que ese día había llegado unas horas antes al Ayuntamiento para hacer unas fotocopias, para mí que un poco de teatro sí que hizo. No hubo más remedio que hacerle perder el conocimiento con un soberbio revés, aprendido en mi juventud cuando me empeñé a ir a clases de judo después del colegio, para que dejase de sufrir, y sobre todo, de chillar y molestar. Mi amante Amparito y yo necesitábamos un lugar seguro donde esconder la magullada fallera antes de que alguien entrase y se diera cuenta del pipostio que habíamos montado. La sala de Atención al Cliente del MI Ayuntamiento fue la elegida. Lástima que al intentar abrir la puerta descubriéramos que ésta estaba dibujada en la pared y que en realidad no existía. Al final, nos decidimos por la Sala de Hacer Horas Extras Para Funcionarios; ya sería casualidad que alguien se dejase caer por allí. La sala olía a nuevo y aún estaban los ordenadores, sillas, y mesas con sus envoltorios sin estrenar. Aprovechando que Amparito aún deliraba (le dio por alabar el trabajo del Concejal de Transporte al ver un retrato suyo en uno de los pasillos), pensé que lo mejor era dejarla allí encerrada también para evitar otro espectáculo. Las até a las dos, haciendo oídos sordos a las amenazas de muerte de Amparito, y justo cuando me encaramaba a la ventana para huir, caí en la cuenta de que posiblemente echarían de menos a la Fallera Mayor de 2009 en la mascletà. Di la vuelta, y pensé un plan. Como no se me ocurría, pensé en otro. Y así todo el rato hasta que por fin.
Está feo decirlo, pero el vestido de Fallera me sentaba francamente. Lo peor fue ponerme la peineta. Mejor dicho, sacarla de la cabeza de nuestra protagonista malherida para colocármela yo. No sería fácil que alguien se percatase de mi cambiazo. Total, sólo tenía que sonreír, decir lo de “senyor pirotècnic, pot començar la mascletà”, saludar al personal, llorar de la emoción al final (pensé en la situación del equipo de fútbol de la ciudad y aquello fue un lloriqueo constante), y pirarme de allí al final de la mascletà con la excusa por ejemplo de que tenía prisa porque mis apuntes se habían comido a mi perro y en casa me esperaban. Además me puse una gafas de esas postizas con nariz, cejas y bigote, para asegurarme totalmente de que no sería descubierto. A cinco minutos del comienzo del primer cohete, la Plaza del Ayuntamiento estaba a reventar. Entre la multitud distinguí, para mi asombro, a Amparito. La muy hábil se había escapado y ahora lanzaba tomates a la gente al grito de “Visca Bunyol i la Tomatina”. El balcón estaba lleno de personalidades de gran valor y consideración del mundo valenciano. También había políticos. Conocí gente famosa y descubrí que el obispo de la ciudad, además de grandísima persona, tenía las manos un poco largas el pillín. Lo malo es que la Alcaldesa también. Y yo, que siempre he sido generoso y facilón, no nos engañemos, me dejé llevar. Hubo un punto muy noble en mi cuerpo (de cintura hacia abajo, según llegas) donde las dos manos de los citados coincidieron. Un punto que provocó sus miradas hacia mí, con una pérfida sonrisa en el rostro del sacerdote, todo lo contrario que en el de la Alcaldesa. Estaba perdido. Ver saltar a toda una Fallera Mayor desde el balcón del Ayuntamiento segundos antes de que empiece la mascletà debe ser todo un espectáculo. Mi huida a lo desesperado de allí podría haberse saldado con varios huesos rotos de no ser por la falda del vestido que se desplegó a lo Mary Poppins, amortiguando así mi salto.
Me alejo de la ciudad pateándome la autovía, sin saber dónde caer muerto, vestido de Fallera, y pensando que en este capítulo nadie ha muerto. Menos mal que de repente me encuentro a Amparito, vestida de San Fermín confundiendo los coches con toros. Un autobús de línea acabó con la vida de mi compañera sentimental. Esta vez la dejé medio inclinada en la cuneta, con una bolsa en una mano, como si estuviese recogiendo caracoles. Le dediqué dos Salmos, la canción de Pumuki, y la de Guantanamera. Mientras me alejo de Valencia, intento olvidar su ausencia recordando cosas típicas de mi ciudad: la paella, la horchata, el golf, los ladrillos…
Continuará.
domingo, 15 de marzo de 2009
Otra joyaza.
Mientras se ultima la cuarta entrega de la galardonada serie "A la aventura" (nunca publico nada sin el visto bueno de Julio Verne) os dejo aquí el quizás mejor vídeo de la historia de los mejores vídeos. Es un videoclip de Beyoncé con un temazo de Encarnita Polo. El minuto 2:48 roza la perfección. Un Óscar y varios Gallifantes al que se lo ha currado.
viernes, 27 de febrero de 2009
A la aventura vol. 3. América.
Lo malo de cruzar el Atlántico nadando es la humedad. Porque lo que mata es la humedad, y quien diga lo contrario es un mierda o no ha leído a los clásicos. O las dos cosas. Y si además en medio del trayecto tienes que ir sorteando flotantes obstáculos y te enteras así por fin de a dónde van los zurullos de los despreocupados turistas del pueblo hispano- portugués en la época vacacional, pues ya ni les cuento.
Mi periplo por tierras americanas comenzó precisamente en Segovia, cuando el éxtasis provocado por uno de sus platos más típicos y celebrados, los macarrones al roquefort con trocitos de bacon, me transportó mentalmente en un trayecto casi orgásmico al sur de los EEUU. Así que, un vez pedidas las disculpas pertinentes al comensal de aquella terraza que observaba perplejo cómo me malmetía en su primer plato del menú del Bar Budo (en Segovia siempre han sido muy de los juegos de palabras), me propuse salir de tierra patria para lanzarme a Dios sabe qué aventuras norteamericanas. ¿Cómo podría llegar hasta allí?, me preguntaba rascándome la entrepierna y poniendo cara trascendental. “Mozo, si quiere ir a América yo le puedo ayudar ” espetó el cliente, paciente como pocos, más cuando me hacía estas cuestiones a viva voz sentado ahora encima de su mesa, no me pregunte usted por qué. “Soy un empresario naviero, además de director general adjunto de una agencia de viajes, zurdo de ambas manos y socio del Palamós, y no me importaría en absoluto subvencionarle en su alocada empresa con tal de que me deje por favor terminar el almuerzo en paz”. La suerte estaba de mi parte. El generoso me obsequió con un regalo perfecto para cruzar el gran charco con toda la comodidad del mundo: un gorrito de natación y unos siempre útiles tapones para las orejas.
Llevaba tres horas de dura travesía por el Atlántico (controlaba el tiempo gracias al reloj Casio Water Resist 50 Meters que me regaló la tía Consuelo en mi Primera Comunión) nada que te nada ora en estilo crawl, ora en mariposa, ora sprintando por la banda, cuando distinguí un bulto que rompía la armonía lineal del océano en calma. Era David Meca con otro de sus récords chorra: ir nadando desde Roquetas de Mar hasta la bahía de Hudson y volver antes de que acabaran los anuncios de la película que estaban echando en Antena Tres Televisión. Echamos un cigarrito, me confesó que la publicidad que lleva en el pecho de Haribo, Plátano de Canarias y otra que no me acuerdo se la tatuó el muy gilipollas, jugamos un rato al ajedrez (nunca salgo sin un tablero encima), y me despedí de él no sin antes desearle el peor de los resultados en su hazaña por repelente de los cojones. Trescientas millas más allá, justo cuando casi no me molestaban ya los gritos de auxilio de un Meca que se quejaba de un calambrazo, o de un tiburón o de no sé qué historia, me topé con una isla que no estaba en mi mapa de la Guía Miguelín (tampoco salgo sin una encima). Sorpresón del quince al comprobar con estos ojitos que Dios me dio que estaba ni más ni menos en la Isla de Perdidos. Allí estaban el listo que todo lo sabe de Jack, Hugo comiéndose a Sawyer, Ben prometiéndole algo a la Pecas con los dedos cruzados en la espalda, y Quique, el amigo de Pancho y Desi, preguntando algo desubicado cuándo le darían en Verano Azul un episodio donde él fuera protagonista. No logré sacarles casi ningún secreto de la serie, excepto que en la última temporada de Lost contarán con la presencia estelar de Jorge Sanz, misterio que por otra parte, estaba cantado.
Estados Unidos es un país bien compacto y mejor acabado, con los espacios ferpectamente aprovechados y en general todo exterior. Además, se da la circunstancia de que está repleto de bares típicos americanos, fíjate tú. Después de echarme una cabezadita en el puerto de Hilton Head Island (Carolina del Sur, antigua colonia albaceteña) tras el enorme esfuerzo empleado en mi travesía marítima, empecé a relacionarme con la gente del lugar superando la barrera idiomática gracias a mi dominio del catalán en su dialecto rosellonés que, si bien no es calcado al inglés, guarda la suficiente similitud para ir saliendo del paso. Pocos días pasaron para que me viese on the road en la furgoneta de la The Great Boop Boop Strafalaurius Le Coq Sportif Bing Band Blues, una orquesta de swing de los 60 que buscaba un gaitero para su gira por el país. El líder de la banda, George Johny Boody Lewis, aunque sus amigos le llamaban Ignacio Javier para ganar tiempo, fue el que me brindó la oportunidad de unirme a ellos. Le conocí el segundo día de arribar a Norteamérica en el Galerías Preciados de Seattle, donde conseguí mi primer trabajo en aquellas tierras como maniquí en la planta de señoras.
Lo malo de tocar la gaita es que se rompen con demasiada frecuencia las baquetas, pero yo estaba contento porque así podía recorrer USA por la patilla (la hija pequeña de papá y mamá pato no, la del pelo). La gira tuvo un gran éxito justo hasta el día en que empezó, después no fue tan bien la cosa. Dallas (la ciudad más generosa del mundo), Oregón (donde nació Dumbo), y Massachufes (hermanada con Alboraya), fueron algunas de las poblaciones en las que, tras nuestras lamentables actuaciones, tuvimos que salir por patas (las hijas ya creciditas de papá y mamá pato no, las del cuerpo, tranquilos que esta gracia ya no va más). Pero a nosostros no nos importaba. El ya citado Ignacio Javier, voz y banjo; Sonny Williams Smith, batería; Billy Northon James Garrigós, castañuela travesera, y yo mismo éramos felices tocando los temas legendarios de la música sureña: Hochiee Cochiee Man, Oh Suzzana, When the Saints Go Marchin In, Como una ola, El Baile del Gorila... Pero todo terminó, ironías del destino, en Nueva Orleans, cuna del blues y de la empanada gallega.
El St Charles Barrasautegui Club Jazz de New Orleans estaba abarrotado esa noche de melómanos ansiosos abiertos de orejas para recibir el subidón musical. The Great Boop Boop Strafalaurius Le Coq Sportif Bing Band Blues calentaba motores minutos antes de su actuación más multitudinaria. Ignacio Javier entrenaba los labios con su armónica Marine Band, Sonny hacía lo propio con los mayores de su prometida, y Billy y yo nos entreteníamos jugando al Beso, Verdad o Atrevimiento por aquello de descargar tensiones. Qué pena que justo cuando el grupo telonero, los Gracita y Las Morales Electric Band, cerraron su ovacionado espectáculo para dejarnos paso a la gloria, el público allí congregado huyó de allí con la excusa, según pudimos saber posteriormente gracias a fuentes fiables, de que tenían un cumpleaños y les venía fatal quedarse. Mientras aliviábamos el disgusto a costa de Margaret, la novia de Sonny, que amaniatado en un pilar del bar no le daba la gana entrar en razón, un vendaval de motorizados barbudos con chupas de cuero irrumpieron en el local con unos modales muy distantes de los entendidos como correctos. Eran los mísmisimos Ángeles del Infierno, que por cierto también sufrían la crisis ya que en vez de Choppers y Harleys iban con unas Vespinos Sc, menos su jefe, Luis Francisco, que conducía una Vespino F9 por aquello del rango. Después de pedirse una Schweppes con rodajita limón cada uno, menos Luis Francisco que se refrescó con un Bitter también por razones de status, nos invitaron, a punta de navaja todo sea dicho, a deleitarles con una larga velada musical.
Creo recordar que estábamos tocando el tema de Joan Petit Quan Balla en do mayor cuando otra banda callejera de peligrosos tipos hizo acto de presencia en el local. Una gente que a mí me resultaba familiar. Los Ángeles del Infierno, siempre alerta como su propio nombre indica, no tardaron ni dos segundos en provocarles. Demasiado tarde caí en la cuenta de quiénes eran, pues de muy buen gusto le hubiera advertido a Luis Francisco y demás Ángeles del peligro que suponía enfrentarse a aquellos violentos. No sirvió de nada rajarme la mano de un botellazo en plena testa del capo de la nueva banda para intentar evitar una tragedia que se veía inevitable. El resultado fue penoso: Ángeles del Infierno 0, Tuna de la Facultad del Ceu San Pablo 15. Campeones por k.o. Y es que sólo el de la pandereta saltimbanqui fue capaz de matar de asco a siete de los melenudos. El resto, o se quemaron a lo bonzo, o se tragaron su propio vómito o el de su compañero, o se suicidaban bebiéndose un wisky de garrafón del barrio del Carmen de Valencia que llevaba yo en una petaquita. Los Tunos no tuvieron piedad alguna: que si Clavelitos, que si Adelita, que si Palmero sube a la palma... Hasta mis compañeros de la Big Band cayeron desplomados. Sólo quien aquí les cuenta esto pudo sobrevivir gracias a los tapones de las orejas que días antes me regaló aquel segoviano, pues con el despiste que simpre me ha caracterizado, aún no me los había quitado desde que llegué. El número de cadáveres era alto. Esta vez los puse todos de pie en fila, con el primero de ellos junto a la puerta, para que cuando alguien desde fuera la abriera cayesen todos en plan dominó. Como homenaje, me decanté por tres Credos, dos chistes de Jaimito Borromeo, y el “Quizás, quizás, quizás”, adornado con dos alcachofas que hacían las labores de maracas.
Huyo con una de las Vespino Sc de los difuntos Ángeles del Infierno por la Ruta 66 sin rumbo fijo. Aunque me duele mucho la mano por los cristales incrustados de la botella, intento despistar el dolor con los elementos de la tabla periódica: Li litio, Na sodio, K potasio...
Continuará.
Pd. Dedicado al Casi Club de Fans de David Meca.
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